TEXTOS PARA LEER EN VOZ ALTA- VOZ PARA VOS


ANA JOAQUINA TORRENTES DE GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL

NOCTURNO III DE JOSÉ ASUNCIÓN SILVA


A SOLAS DE ISMAEL ENRIQUE ARCINIEGAS


POEMA V DE PABLO NERUDA


POEMA XII DE PABLO NERUDA

POEMA XV DE PABLO NERUDA de Veinte poemas de amor y una canción desesperada.


POEMA XX DE PABLO NERUDA (De Veinte poemas de amor y una canción desesperada




                                                      CREMA DE TOMATE                                                                                              José Ignacio Izquierdo

He dejado mi infancia a los otros pequeños,
los cuales reirán con la boca llena.
                                                                                                                                           Tristán Tzara


Desde el momento en que tomaste la primera cucharada me di cuenta que ya no volverías a amenazarme. Sentado frente a ti no he sido capaz de probar bocado y papá a mi lado ha hecho ya varios comentarios acerca de mi falta de apetito. Nada hubiera sucedido si tú no te hubieses asustado y por no poder guardarte nada, ella se enteró de lo que hicimos con Mariposa. Todo hubiese seguido igual pero se te fue la lengua y ella se enteró. Estoy seguro que no lo hicimos con la intención de que muriera, sólo tratábamos de experimentar la mezcla de polvos que habíamos preparado en la bodega. Por eso nunca te he perdonado que nos delataras y mucho menos que me echaras toda la culpa a mí aprovechándote de ser tú el mayor y yo el más travieso.

Ella fue la que armó todo el escándalo, y con razón, ya que la gata era suya. De todas maneras hubiese sido mejor haberla dejado creyendo que se había muerto de vieja, pero tú, no sé si por ganarte sus favores o por vengarte de mí, me echaste toda la culpa. El hecho es que nunca, ni tú mismo, pudieron encontrar los polvos pues cuando los escondí ya había pensado hacer lo que he hecho.

Cuando probaste la primera cucharada pensé por el gesto que hiciste que no te la ibas a tomar, no sé por qué te demoras tanto en tomarte la crema. Ahora que nuestra madre le dice a papá que no olvide las flores para la abuela, pienso que no debí contarte nada, debiste quedarte callado y no amenazarme con contárselo a nuestro padre, debiste guardar tus remordimientos pues al fin de cuentas ya estaba muy vieja y no iba a durar mucho tiempo. Desde el día que ella me tiró de las orejas en represalia por lo de Mariposa decidí hacerlo, lo malo fue habértelo contado. Mucho tiempo estuve esperando la oportunidad hasta que al fin se me presentó cuando ella se antojó de comer fresas y tuve la fortuna de ser yo quien se las llevó preparadas con crema de leche y melado de azúcar. También aquel día tuve miedo de que ella no se comiera las fresas pero tan sólo hizo un comentario, su último comentario, acerca de lo amargo de las fresas que al fin se lo atribuyó a lo muy maduro de éstas. Nadie se interesó por ir más allá de su muerte pues ya estaba muy vieja y a esa edad se podía morir de cualquier cosa. El viejo Arnold dictaminó paro cardíaco y todos se lo creyeron, al fin de cuentas él era su médico. Tú eras el único que me miraba con cara de condena aunque de muchas maneras traté de hacerte ver que no tenía sentido preocuparse por su muerte, que lo único que podíamos hacer era olvidar ya que no había nada de qué arrepentirse. Pero tú no me hiciste caso y seguiste con tus remordimientos, hasta tal punto te sentías culpable que de noche tenías pesadillas o soñabas que la abuela entraba por la ventana y venía a pedirte cuentas. Otras veces te revolcabas en la cama porque en tus oídos resonaban los maullidos de Mariposa y no te dejaban dormir y yo tenía que levantarme y taparte la boca para que no siguieras llorando y gritando, temiendo que papá te escuchara y se enterara. Fueron muchas las ocasiones que a medianoche tuve que levantarme a traerte agua y pastillas para dormir porque tú continuabas desvelado. Lo de las pesadillas te lo pude haber perdonado, no me importaba desvelarme contigo, pero lo que no puedo perdonarte es que me hubieses amenazado y esta mañana hayas amanecido decidido a contárselo a papá. No sé cómo he podido convencerte de que lo dejes para la noche, inclusive te he prometido que seré yo quien le cuente.

Ahora estamos sentados papá, tú y yo, a la mesa almorzando y, en tanto nuestra madre entona una canción desde la cocina, pienso que la crema de tomate que tanto te gusta tiene la ventaja de atenuar el sabor. Por fortuna llegué primero al comedor, tuve el tiempo suficiente y al fin he respirado tranquilo cuando te he visto tomar la última cucharada. Creo que ha sido por la sonrisa dibujada en mis labios que tú has vislumbrado la realidad y he visto en tus ojos el mismo gesto de condena que tenías en la mañana pero con el aditivo de la impotencia. Sólo al verme sonreír has comprendido tu imposibilidad, pero ya es demasiado tarde, no debiste amenazarme, hermano.

 Sólo me queda esperar para ver a qué cosa le van a atribuir un suceso tan inesperado y aunque sé que nuestros padres lo van a sentir mucho, yo por mi parte creo que no tengo nada de qué arrepentirme pues fueron ellos mismos quienes quisieron que sucediera. Sería fatal que mi padre llegara a sospechar algo, no quiero pensar que también él me obligue a hacerlo.


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