El despertar de Alejandra Pizarnik
EL GOLEM - JORGE LUIS BORGES
EL AMENAZADO DE JORGE LUIS BORGES
Límites de Jorge Luis Borges
La ciudad - Constantino Cavafis
POESÍA ERES TÚ
Julio
de 1948
(«Punto
y aparte», El Universal, Cartagena).
Y
pensar que todo esto estará alguna vez habitado por la muerte.
Que esta cálida
madurez de tu piel, que sube por mi tacto hasta el abismo de mi desasosiego,
tiene que desgajarse un día sobre su propio silencio desolado.
Que este orden
de cosas naturales, que hacen de ti y de mí y del agua y los pájaros, claros
volúmenes para la vendimia de los sentidos, estará una tarde hundido en la
niebla de lejanas comarcas. Que ese temblor de voces interiores que sube por tu
sangre, que se anida en tu vientre como un hijo, cuando te hablo de cosas
simples, elementales, como estas cosas tremendas de que estoy hablando, tiene
que estar un día trasladado a otro cuerpo, cuando los nuestros sepan del peso de
las piedras, y sin embargo siga siendo verdad el amor.
Que este dolor de estar
dentro de ti, y lejano de mi propia sustancia, ha de encontrar alguna vez su
remedio definitivo. Pensar que alguna vez conoceremos los puertos del olvido,
igual que antes, cuando aún no habían venido estos cuerpos a habitar nuestra
tristeza. Que los hombres caminantes tendrán que sorprenderse alguna vez de que
todos los pájaros enmudezcan de pronto, sin saber que eres tú, y que soy yo,
que hemos vuelto a encontrarnos más allá de nuestros huesos. Que una tarde
regresarán los bueyes del arado con las cuchillas iluminadas de una amorosa
claridad, y todos creerán que hay estrellas sembradas, sin saber que eres tú, y
que soy yo, que estamos preparando las semillas. Que un domingo como éste
sonarán las campanas con bronce estremecido y los niños preguntarán asombrados
quién ha muerto en domingo; sin saber que eres tú, y que soy yo, que aún seguimos
muriendo en todas las preguntas.
Pensar que alguna vez los árboles
preguntarán a sus raíces cuándo vana pasar los vidrios de nuestros ojos para
que sea más clara la luz de sus naranjas. Que el agua de los ríos nos llevará, polvo
a polvo, hasta el júbilo de los que tuvieron sed y la mitigarán con nuestra arcilla. Yque
cada una de las cosas que amamos seguirá siendo bella sin necesidad de que
nosotros la amemos. Y, sobre todo, pensar que este amor nuestro tiene que
morir, antes de que estas cosas pasajeras estén habitadas
por la muerte.
Cuando venga la primavera Y
yo no esté contigo, y estén secos la tierra y tu paladar, siembra un árbol en
el patio. Un árbol que sea poderoso y corpulento -un roble o una ceiba- para
que pueda sostener la estación de los pájaros. Riégalo diariamente con el agua
en que lavaste tus manos, para que el viento aprenda a tejer la caricia. Y
déjalo crecer, sin que haya boca humana que se atreva a morder sus raíces amargas.
Sé egoísta, porque la vida es demasiado corta para compartirla. Y haz que tu
árbol sea solo tuyo, con todo el vigor de su poderío vegetal, para que nadie
venga a disputarte su frescura. No prestes el hacha a tu vecino ni tomes de la
miel de sus panales, porque la gratitud es enemiga de los árboles. Pero si aún
insisto en ser ausente, toma un cuchillo, graba nuestros nombres en la corteza,
y llama a tu vecino para que tumbe el roble. Cuando llegue el otoño, si
aún no he regresado, clava una herradura en la puerta. Cuando vengan
nuestros amigos comunes y te hablen del sabor amargo de la arcilla y elogien
los animales que han crecido en tu huerto, hay en tu mesa pan de buena
levadura y agua recién llovida en tus alcarrazas. Pero cuando se marchen, ya
después de la ce-na, cierra las puertas para que no vuelvan, porque un día
acabarán con el pan, con el agua, y sin embargo seguirán siendo amigos nuestros.
Los martes no mires la herradura, pero si sigo ausente, mírala todo el tiempo
hasta cuando la ira entierre sus raíces de acero en tu corazón.
Cuando llegue
el verano, espérame, pero guarda toda la sal de los mares en tu casa. Si
alguien llega a tus puertas y las derrumba a golpes, dale a beber tres aguas
de salitre, y deja el pan salado para que la voz se le vuelva de piedra en la
garganta. Riega sal en tu lecho para martirizarte en mi demora, y para que
tenga sabor de espanto la sustancia de tus pesadillas. Lava tu piel con
terrones de sal y sentirás cómo muerde la soledad cuando han pasado todas las
estaciones. Si al terminar el otoño aún sigo distante de tu ámbito amoroso,
cubre con seda oscura tus espejos y riega sal en el umbral de
tu puerta. Y si cuando lleguen las lluvias no he regresado aún a tu
corazón, entonces vete al patio, y cava un pozo donde quepan
tus huesos.
El amor es una enfermedad del hígado tan contagiosa como el
suicidio, que es una de sus complicaciones mortales. Sin embargo, ambas han
sido convenientemente dignificadas, elevadas a una categoría sentimental, acaso
por la imposibilidad de la ciencia para elaborar una terapéutica apropiada. La
languidez, la suspirante actitud de las doncellas medievales que derramaban su
palidez por una, ventana con la misma seriedad con que una lavandera derrama un
balde de agua, no era sino el resultado lógico de una alimentación pasada de
proteínas. Pero lo más peligroso de la enfermedad amorosa es lo que ella tiene
de teatral. No sólo en su esencia, sino en sus elementos accidentales. Tan pronto
como se presentan los primeros síntomas, el paciente se vuelve impaciente,
elabora argumentos, monta su aparataje escenográfico con el más complicado
sistema de bambalinas suspirantes, de consuetas literarios , de telones
decorados a brochazos de lírica timidez; y empapela las paredes de su
pensamiento con cartelones aparatosos que anuncian una conmovedora obra ceñida
a los cánones de un auténtico dramatismo de escuela, para después, a la hora de
la función, salir con una pantomima. De allí que las más grandes obras de la
literatura universal, no tengan otro fin que encontrar la vulnerabilidad hepática
del lector. Con el amor, como con toda enfermedad contagiosa, sucede que quien la
contrae tiene indefectiblemente a quien cargarle la culpa. Aunque después venga
el período del aislamiento, de la cuarentena sentimental, en que los dos
enfermos, después de innumerables rodeos, logran encontrarse en el sitio
espiritual donde su identificación sintomática comienza a acentuarse y su
enfermedad a volverse crónica. Es el período emocional en que el paciente puede
ser desahuciado con la epístola de San Pablo. El hígado se anquilosa, la mujer
palidece, el hombre pierde el apetito y se convierte en idiota o en filósofo.
No le queda entonces otro recurso que especular sobre la metafísica del olvido,
que unos -demasiado precipitados- resuelven con el suicidio, y otros con una
papeleta de ruibarbo antes del desayuno.
EL GUARDADOR DE REBAÑOS DE FERNANDO PESSOA
EL CUERVO DE EDGAR ALLAN POE
SINO Y LADRIDO
Perro
y mendigo
Van
por la calle.
La
carretilla, su único tesoro, lleva cartones, costales y hambre.
Allí,
comen, cuando tienen. Duermen, cuando no
llueve fuerte.
El
sol empieza a dormir y la ciudad despierta a la noche,
Incierta,
indolente,
Peligrosa,
Indiferente
y egoísta.
El
perro ha comido dos pedazos de pan,
la
mitad de una salchicha y ha bebido agua en un recipiente reciclado.
El
hombre, tose sin cesar,
y
aunque nunca ha fumado,
escupe
sangre y síntomas de muerte.
La
mascota del mendigo,
parece
complacido, camina hábilmente entre motos,
vehículos
y camiones.
Ha
evadido su Muerte,
un
autobús lo rozo un jueves y aunque
se
asustó,
vivió
para ladrar y para rascarse con
desenfrenó
su oreja.
El
hombre, el mendigo, el amo tiene fiebre
y el
perro lo ha sentido cuando en la noche le acarició la cabeza.
Ambos
duermen sobre la carreta y sólo a mitad de la noche
el
perro se acuesta abajo, cuando arrecia la luna.
Una
mañana de martes, sin que nadie lo advirtiera,
el
hombre dejó de toser y se fue a su otra muerte,
dejando
sin aire sus pulmones enfermos.
El
perro de tres años lamió sus manos,
Con
su hocico le olfateó la cara y con un gesto
genuino
y perruno,
lloró su desespero y se despidió a su modo
Canino,
sincero y emotivo.
El
cadáver, en la carreta rígido,
espera
un solidario descubrimiento.
El
perro, entiende su Sino y sigue su rumbo.
Buscando
su nuevo amo,
Por
la vía, algo de comida,
Buscando
también su muerte.
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