LEYENDAS Y RELATOS


Somos la suma y la resta de todo lo que nos ocurre.

Desde niños escuchamos historias que nos sorprendían y nos asustaban. Muchas de ellas eran cuentos y relatos que nos leían o contaban nuestros padres o abuelos antes de ir a dormir, y, aunque algunas veces nos provocaban pesadillas, queríamos saber más y más sobre todas las leyendas o los cuentos que nos relataban. 


A continuación, podrás ver, conocer y disfrutar de una valiosa recopilación de Hugo León Ortíz Castellanos...





En este Blog,  además de estos fantásticos relatos, conocerás la verdadera historia de sus protagonistas: niños, hombres y mujeres que vivieron en carne propia estos sucesos.


Leyenda: “La llorona”







Esta leyenda es una de las más populares de Colombia y se conoce con versiones similares en el resto de América latina.
Según los campesinos y los aldeanos, la Llorona, aparece como una mujer con rostro huesudo de calavera, ojos rojizos, cabellos desgreñados, largas vestiduras, sucias y deshilachadas. Algunos dicen que lleva en sus brazos un niñito muerto, causa de su gran pena, otros dicen que anda buscando a su hijo que se le ha perdido.



La Llorona se distingue por sus lloriqueos angustiantes, sus extensas caminatas y sus gritos macabros que provocan inmenso terror. 
Esta mujer llora en los riachuelos y quebradas, en las noches de plenilunio, en los cafetales, plataneras, en las riberas de los ríos y en la orilla de los montes. Se dice que este espíritu entra en las casas en busca de niños para llevárselos, para curar su pena, aunque hay quienes dicen que lo hace para igualar a los demás en su desdicha, dado que después de haber robado un niño lo arroja a un río o quebrada cercana.



La versión más común del lamento de la llorona en el Valle del Cauca es la de:

“¡Ay ... Ay! ¿Dónde están mis hijos?”




Tomado de http://www.sinic.gov.co/SINIC/ColombiaCultural/

Pero tú, leerás a continuación una versión nueva y nos ayudarás a que La Llorona, resolviendo unas situaciones,  encuentre a sus Hijos...

Cuentan los que cuentos y leyendas cuentan, que cerca de un viejo pueblo de la zona andina, vivía una mujer con sus dos hijos. Su casa, que estaba cerca al río, estaba a 5 kilómetros del pueblo. 
La mujer,  amaba en secreto a un hombre casado y todas las tardes cuando sus hijos hacían la siesta, la mujer ansiosa, recorría la mitad de la distancia, entre su casa y el pueblo, para mirar desde  lejos a su amado casado, que sólo se asomaba a la ventana de se casa y le batía las manos para saludarla.
Una tarde en la que se dirigía al encuentro con su amado casado

LEYENDA URBANA
EL DIABLO EN JUANCHITO
 

Todo parecía normal, una fiesta como cualquier otra una rumba más, pero era Semana Santa en Cali, un jueves lluvioso para ser más exactos con lo que contaron los testigos y como contaron los que cuentos y leyendas cuentan
En esa discoteca sobresalía la música estridente en la época en que la rumba en Cali era sólo salsa, cuando sólo se bailaba al ritmo de la música al amacecer, cuando en Juanchito cerca del río Cauca  el río llevaba muertos putrefactos, mientras sonaban timbales e historias mezclada con la arena de los areneros y el agua conocía y ocultaba sorprendentes historias como la que relatamos ahora...

Un hombre ingresó solo a la Discoteca, había poca gente, más mujeres que sillas y se sentó frente a la pista de baile. Llevaba puestos unos lentes negros aunque eran las 11 de la noche e iba vestido de blanco impecable. Era como si un ángel nocturno visitara la tierra de los pecadores, entre un extraño aroma de incienso y alcohol. 
La discoteca estaba llena de luces y humo denso, casi nada se podía ver pero para las mujeres del lugar, aquél galán no podía pasar inadvertido. No sonreía; las muchachas lo miraban y su rostro no se inmutaba ante sus insinuantes coqueterías. Al poco tiempo, el hombre vestido de blanco llamó con sus dedos a una hermosa joven y la sacó a la pista más grande que medía 5 metros de largo por 12 metros de ancho, sonaba una canción de antaño: Gran Combo de Puerto Rico,  quizás, Sonora Ponceña tal vez, nadie se acuerda porque la presencia de aquel hombre intimidaba y porque la mujer vestida de rojo sangre,  llamaba la atención en aquella pista de baile en la que los demás  se pusieron a verlos bailar. Ella intentaba mirarle el color de los ojos, pero sus piel adquirió el carmín de las luces del momento y a mitad de canción el apretándole las muñecas le dijo: "¡No mires para abajo, No mires para abajo!"  La joven asustada, hizo lo que él no quería pero el humo le impedía ver. Un fuerte olor a azufre y a carne quemada se confundió con el humo de la pista de baile, mientras la muchacha se desvanecía. El hombre la soltó lentamente, en medio de de la confusión de las pocas parejas que habían en el lugar. Cuando acabó la canción y empezó a sonar Escarcha de Héctor Lavoe, vimos las patas de cabra de aquel hombre de blanco, que caminó y gimió como animal su traje blanco se deshizo, y salió un Diablo que a los pocos pasos se convirtió en un caballo con ojos de fuego y recorriendo 27 metros exactos se tiró a Cauca y nadie más lo volvió a ver. La Muchacha muerta, con los brazos calcinados, había bailado salsa con el Diablo. Y esa y ninguna discoteca de Juanchito, la volvieron a abrir en una Semana Santa.





EL MOHÁN


Antes, mucho antes de trasladarse a vivir a su palacio subterráneo, el Mohán fue un hechicero que convocó tormentas y eclipses. Conocía los secretos de las almas, curaba enfermedades, y todos temían sus ojos de azabache cuando en los ritos atraía la lluvia y las cosechas o se transformaba en un jaguar que recorría las landas de los ríos para ahuyentar los malos espíritus.
Él supo, en una noche de borrascas e inundaciones, de la llegada de los españoles. Vio también la humillación y los despojos de la Conquista. Por eso, tal vez queriendo perpetuar la memoria de los antepasados, se marchó con todos los tesoros a la entraña de los ríos.
Allí permanece, taciturno y remoto entre las piedras, lejos del tiempo, mientras le crecen los cabellos y las uñas y sus ojos desploman la noche.
Junto a los monólogos, a los paseos nocturnos sobre el oleaje de las aguas, el Mohán sigue practicando la música. Por eso, toca la guitarra en las noches de plenilunio.
Algunos campesinos lo han visto aterrorizados descender en balsa, mientras ensaya en la quena una canción desconocida.
Embaucador, pajarero pintado de negro y con dientes de oro, el Mohán puede cambiar de apariencia y aprovechar las brisas de los ríos para la serenata y el vagabundeo por los mercados de los pueblos. En ellos compra tabaco y aguardiente y conquista a las muchachas.

Brujo del agua, el Mohán, sin embargo; ejerce una fuerza feroz sobre los ríos. Regula las crecientes y complica las atarrayas de los pescadores. En algunas ocasiones su celo llega a ser perverso: voltea las canoas y sumerge a las víctimas en el fondo de las aguas. Los viejos pescadores y barequeros saben todo aquello, por eso le temen, por eso llevan en las mochilas tabaco y están pendientes de cualquier señal de indignación de las olas. Saben que su destino, depende del Mohán.

HIJO DE LA LUNA



EL DUENDE


Camina con los pies volteados, es pequeño y emite aterradores chillidos que asustan a los campesinos. Se tiene la creencia de que cambia las cosas de su lugar.
El duende antes fue un ángel que habitaba en el cielo, pero que tuvo que ser expulsado por la envidia que sentía hacia Dios. Su castigo fue bajar a la tierra a la tierra a caminar por el campo, en donde se dedica a asustar a quienes ve por ahí.
A las jovencitas lindas, que tienen novio, las fastidia cuando él viene a verlas, hasta que los hace poner tan de mal genio que terminan yéndose para no volver jamás. Si en cambio están solas, el duende les habla al oído dándoles consejos que las perturban y las llenan de una profunda ira que termina haciéndolas desistir del matrimonio.
Durante el sueño, las hermosas jovencitas no pueden dormir por culpa de estos duendes que por medio de pesadillas hacen que ellas se vuelvan sonámbulas. En ese estado es como se les ha visto a muchas deambulando fuera de su casa, sin que ni siquiera ellas se den cuenta de su estado, hasta que sus familias luego de emprender una larga búsqueda terminan encontrándolas caminando por ahí.













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