Yerklin Hoyos Hoyos
Grado:
9-1
Soy un chico de 15 años y me gusta mucho leer. No soy de escribir cuentos y lo que más hago es poesía, pero hoy decidí escribir un cuento de 20 capítulos contando parte de mi vida pero con un toque de amor y desolación (el cuento no cuenta mi vida como tal, es sólo como me siento y como soy.
Bajo el mismo cielo
Capítulo 1: Destinos cruzados
El tren avanzaba con un ritmo monótono, sacudiendo suavemente los vagones mientras el atardecer teñía el cielo de tonos anaranjados y morados. A través de la ventana, Lucía observaba pasar el paisaje, sus ojos reflejaban una mezcla de melancolía y esperanza. Su vida en la ciudad había sido una sucesión de días grises, pero este viaje prometía un cambio, aunque no sabía si estaba preparada para afrontarlo.
En el mismo tren, pero en un vagón más adelante, Elías revisaba un cuaderno desgastado. Sus dedos recorrieron páginas llenas de dibujos y palabras que contaban una historia que nunca se atrevió a compartir con nadie. Había aprendido a vivir en soledad, refugiándose en su arte, pero lo cierto era que cada trazo era un intento desesperado por no olvidar lo que había perdido.
El destino, caprichoso y sin previo aviso, decidió cruzar sus caminos en la pequeña estación de Valdemar. Un tropiezo torpe, una disculpa apresurada y los ojos de Lucía se encontraron con los de Elías. Fue un momento fugaz, pero suficiente para que una chispa invisible quedara suspendida en el aire.
—Lo siento, me distraje...—murmuró Lucía, recogiendo su libro caído.
Elías asintió, esbozando una leve sonrisa, de esas que esconden más de lo que revelan.
-Ningún problema.
Ambos continuaron su camino, pensando que sería la última vez que se verían. Sin embargo, la ciudad era pequeña y el destino aún tenía mucho que decir. Bajo el mismo cielo que los cubrió esa tarde, dos almas rotas comenzaron a entrelazarse, sin saber que el amor y la tristeza serían los hilos de su historia.
Capítulo 2: Ecos del pasado
Lucía llegó al pequeño pueblo de Valdemar con el corazón palpitando con fuerza. No era la primera vez que viajaba sola, pero algo en ese lugar despertó en ella una extraña mezcla de inquietud y añoranza. El aire fresco de la tarde la envolvió mientras caminaba por la calle principal, observando las fachadas de las casas que parecían sacadas de una vieja postal. Las largas sombras del atardecer daban un aire casi mágico al ambiente.
Al llegar a la posada donde se hospedaría, fue recibida por la cálida sonrisa de la señora Dolores, la posadera. Una mujer de cabello blanco y rostro arrugado, pero con una energía que contrastaba con su apariencia. Lucía se sintió inmediatamente acogida en ese pequeño rincón del mundo.
—¿Primera vez en Valdemar? —preguntó la señora Dolores mientras le entregaba las llaves.
—Sí…—respondió Lucía, algo vacilante. —Nunca había estado en un pueblo tan pequeño.
—Aquí todos se conocen, querida. Si te quedas el tiempo suficiente, te sentirás parte de la familia.
Lucía sonrió tímidamente. Esa noche, el pueblo parecía estar envuelto en un silencio roto sólo por el canto de los grillos. Se instaló en su habitación, pero en lugar de descansar, se quedó mirando por la ventana, donde las estrellas empezaban a asomarse tímidamente al cielo.
Su mente vagó hacia la ciudad que había dejado atrás, sus días solitarios, sus ilusiones marchitas. Pero algo dentro de ella le decía que ese viaje tenía un propósito mayor, que en algún lugar de ese pueblo estaba la oportunidad de empezar de nuevo.
Al día siguiente, Lucía decidió explorar más a fondo Valdemar. Caminó por las estrechas calles de piedra, fascinada por la tranquilidad que había en el aire. El pueblo, a pesar de ser pequeño, estaba lleno de historia. Cada rincón parecía contar una historia olvidada y cada rostro que encontraba le parecía familiar, como si la vida allí tuviera su propio ritmo.
En una de las esquinas, una galería de arte le llamó la atención. Era un lugar modesto, pero el brillo de sus vitrinas hablaba de una inmensa pasión por el arte. Al entrar, fue recibida por el suave sonido de una guitarra que emanaba de algún rincón. La galería no era sólo una exposición de pinturas, sino también un refugio para los artistas locales.
Al fondo vio una figura familiar. Elías estaba allí, sentado frente a un lienzo, absorto en lo que parecía ser su último trabajo. Lucía se quedó unos instantes en la puerta, observando en silencio. Había algo en su postura, en su manera de pintar, que la cautivó. Sin querer, se acercó un poco más.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó Elías sin apartar la mirada del lienzo.
Lucía, sorprendida por su presencia, sonrió nerviosamente.
—No sé… nunca había visto nada igual. Es hermoso.
Elías finalmente levantó la mirada y la miró a los ojos. En ese momento, todo pareció detenerse. La conexión que había comenzado a gestarse la tarde anterior, en la estación, resurgió, como si los hilos invisibles que los unían se tensaran aún más.
—¿Vienes a alojarte en Valdemar? —preguntó Elías rompiendo el silencio.
Lucía asintió sin saber por qué su corazón latía tan fuerte.
—Sí, necesito un cambio. Este lugar… Siento que hay algo aquí para mí.
Elías la observó por un momento, sus ojos llenos de una tristeza que intentó ocultar tras una fachada de indiferencia. Pero Lucía percibió algo más, una vulnerabilidad que no encajaba con su imagen de hombre solitario y distante.
"A veces el cambio es lo más aterrador", dijo Elías en un susurro.
Lucía, sin saber por qué, sintió la necesidad de acercarse un poco más.
—¿Y qué pasa cuando el miedo te consume?
Elías la miró fijamente, sus labios se curvaron en una leve sonrisa, pero no dijo nada. Había algo en esa pregunta que lo conmovió más de lo que estaba dispuesto a admitir.
El encuentro entre ambos no fue casual. En Valdemar, bajo el mismo cielo, sus destinos volvieron a cruzarse, tejiendo una red invisible que ni siquiera ellos comprendían del todo. El amor y la tristeza, dos caras de una misma moneda, comenzaron a forjar una historia que nadie pudo detener.
Capítulo 3: Sombras del corazón
El sol salía perezosamente sobre el horizonte de Valdemar, bañando el pueblo con una luz dorada que parecía sacada de un sueño. Lucía había pasado la noche despierta, la conversación con Elías resonando en su mente como un eco lejano. La fragilidad que había visto en él la preocupaba y, al mismo tiempo, despertaba un impulso protector que no podía comprender del todo.
Durante los siguientes días, Lucía exploró la ciudad más a fondo. Se sumergió en la tranquila rutina de Valdemar, donde cada rostro parecía portar una historia que valía la pena escuchar. Pero, a pesar del calor de la gente, sus pensamientos volvían una y otra vez a Elías. Había algo en su mirada, algo oculto, que la atraía. Quizás la misma tristeza que había intentado ocultar toda su vida.
Decidió volver a la galería de arte, una y otra vez, atraída por la paz que el lugar le ofrecía. Y, aunque sus encuentros con Elías fueron breves, siempre hubo una conversación que se tejió entre ellos. A veces sobre arte, a veces sobre la vida, pero nunca sobre los secretos que ambos guardaban en lo más profundo de sus corazones.
Una tarde, después de días de visitas silenciosas a la galería, Lucía se acercó a él con una pregunta que llevaba días acumulándose en su pecho.
—¿Por qué pintas? —preguntó en un tono suave pero firme.
Elías la miró y por primera vez, Lucía vio una expresión vulnerable en su rostro. No era la indiferencia habitual, ni la máscara de indiferencia que había aprendido a usar. Fue una grieta en su muro de frialdad.
—Porque si no lo hiciera, me perdería —respondió, con su voz casi un susurro.
Lucía asintió lentamente, entendiendo más de lo que Elías le decía de lo que él pensaba. Él sabía lo que era perderse, aunque en su caso había sido en un mundo lleno de ruido y expectativas ajenas.
—Yo... yo también perdí algo —confesó Lucía mirándose las manos, como si fueran los únicos testigos de su dolor.
Elías
levantó la vista, y sus ojos, siempre tan distantes, ahora parecían captar algo
en ella, como si pudiera ver más allá de su fachada de mujer fuerte y decidida.
—¿Qué
perdiste? —preguntó, la voz cargada de una curiosidad tímida.
Lucía
dudó por un momento. Nunca había hablado de su pasado con nadie, ni siquiera
con Valentina o Sara Michelle. Había aprendido a callar, a esconder sus
demonios tras una sonrisa. Pero algo en Elías la hizo sentir que podía confiar
en él.
—Perdí
mi hogar, mi familia, mi... mi alegría —dijo con un suspiro, el peso de esas
palabras haciendo eco en su pecho.
Elías
la observó en silencio, como si sus palabras fueran más pesadas de lo que ella
misma se daba cuenta.
—A
veces, cuando todo lo que tienes se desmorona, lo único que puedes hacer es
reconstruir algo nuevo, aunque no sepas por dónde empezar —dijo Elías, con una
seriedad que sorprendió a Lucía.
Ella
lo miró a los ojos, buscando algo en su mirada que pudiera ofrecerle consuelo.
Pero lo que encontró fue una verdad fría y cruda: él también había sufrido, y
de alguna manera, ese sufrimiento los conectaba.
—¿Qué
haces cuando el miedo te dice que ya no puedes más? —preguntó Lucía, sus
palabras llenas de una vulnerabilidad que nunca había mostrado.
Elías
se quedó en silencio por unos momentos, como si su alma estuviera buscando una
respuesta que se le escapaba.
—Sigues
adelante, aunque te duela. Aunque pienses que no hay nada que valga la pena. A
veces, la única forma de sanar es seguir viviendo, sin importar lo que el
pasado te haga creer.
Las
palabras de Elías se quedaron flotando en el aire, y Lucía sintió una extraña
mezcla de alivio y desesperación. ¿Podría ella hacer lo mismo? ¿Seguir
adelante, a pesar de las cicatrices que cargaba en su alma?
Mientras
se miraban en silencio, un entendimiento tácito surgió entre ellos. No
necesitaban decir nada más. Ambos sabían que, de alguna manera, estaban
luchando batallas similares, aunque en mundos diferentes. Y, quizás, era ese
lazo invisible el que los unía bajo el mismo cielo.
La
tarde avanzaba, pero la conexión entre ellos parecía haberse tejido en algo más
profundo que simples palabras. Sin embargo, la sombra del pasado de ambos
seguía acechando, como una niebla densa que no dejaba ver el camino adelante.
Lo único que podían hacer era seguir caminando, aunque no supieran a dónde los
llevaría.
Capítulo 4: Ecos del Silencio
Los días que siguieron parecieron desvanecerse
entre la calma de Valdemar. Lucía pasaba sus mañanas explorando los rincones
del pueblo, mientras que las tardes las dedicaba a la galería, donde los
cuadros parecían hablarle en un idioma desconocido pero familiar. A cada paso,
sentía cómo Elías se iba convirtiendo en una constante en su vida, aunque él
nunca dejaba de ser un enigma. La distancia seguía presente entre ellos, una
barrera invisible que, sin embargo, no impedía que sus encuentros fueran llenos
de una extraña complicidad.
Una tarde, mientras Lucía recorría la galería,
encontró a Elías frente a un lienzo vacío. Sus dedos recorrían los bordes del
lienzo como si estuviera buscando algo que no podía encontrar.
—¿Estás pensando en qué pintar? —preguntó Lucía,
acercándose lentamente.
Elías la miró, sin sorprenderse, como si ya
estuviera acostumbrado a su presencia.
—No —respondió, su voz baja, casi en un murmullo—.
Estoy esperando a que las sombras me cuenten qué hacer.
Lucía frunció el ceño, intrigada. No entendía bien
lo que quería decir, pero algo en sus palabras la tocó. Sabía que Elías era un
hombre de pocas palabras, pero cada una de ellas parecía contener un mundo
entero.
—¿Qué significa eso? —preguntó, buscando una
respuesta que no sabía si estaría dispuesta a escuchar.
Elías suspiró, como si las palabras estuvieran
atrapadas en su garganta. Finalmente, se giró hacia ella, y por primera vez,
Lucía vio en sus ojos algo que no era frialdad ni indiferencia. Había dolor,
sí, pero también algo más: una búsqueda silenciosa.
—Las sombras —dijo, como si intentara encontrar la
manera de explicar lo inexplicable— son lo que nos queda cuando la luz se va.
Son las partes de nosotros que preferiríamos olvidar, pero que nunca
desaparecen. Yo pinto para intentar entenderlas. Para saber qué lugar ocupan en
mi vida.
Lucía asintió, comprendiendo más de lo que Elías
pensaba. Ella también había tenido sus propias sombras, aquellas que la
perseguían y que no podía abandonar.
—Es curioso —dijo Lucía, mirando al lienzo vacío—.
A veces me pregunto si yo también estoy esperando a que mis sombras me guíen.
Elías la observó por un largo momento, como si
buscara algo en su rostro. Finalmente, dio un paso hacia ella, como si esa
distancia que siempre mantenía entre ellos estuviera comenzando a desvanecerse.
—Las sombras no guían. Solo hacen que sigamos
buscando algo que tal vez nunca encontraremos —dijo, con una sinceridad que
hizo que Lucía se sintiera expuesta, vulnerable.
—¿Y qué haces cuando te das cuenta de que no hay
nada más por encontrar? —preguntó Lucía, sus palabras llenas de un pesar
profundo.
Elías la miró fijamente, y por un instante, Lucía
creyó ver un destello de comprensión en sus ojos, como si él también supiera lo
que era sentirse perdido.
—Lo único que queda es seguir caminando —respondió
él, con una tristeza que resonó en su voz—. Aunque no sepamos a dónde nos lleva
el camino.
Lucía cerró los ojos por un momento, absorbiendo
esas palabras. De alguna manera, sentía que se le habían clavado en el alma.
Era un consuelo, pero también una condena. ¿Seguiría adelante, a pesar de las
sombras que la perseguían?
Elías dio un paso atrás y miró nuevamente el lienzo
vacío.
—¿Sabes? —dijo de repente—. A veces, lo más difícil
de pintar no es plasmar lo que vemos, sino lo que no podemos ver.
Lucía lo miró y, por primera vez, una chispa de comprensión brilló dentro de ella. Tal vez las sombras no eran algo que pudiera entender en un solo instante. Tal vez el camino no fue encontrar respuestas, sino aceptar que las preguntas seguirían existiendo, siempre cambiando, siempre evolucionando.
—¿Y qué harás con este lienzo? —preguntó señalando el lienzo vacío.
Elías la miró y, por un momento, su mirada se suavizó. Parecía que algo dentro de él se había aligerado, como si la conversación hubiera abierto una puerta que había mantenido cerrada durante mucho tiempo.
—Lo pintaré, aunque no sepa cómo —respondió, y por un breve instante, Lucía vio en él una chispa de esperanza, tan tenue pero tan real.
Lucía lo observó en silencio, consciente de que algo había cambiado entre ellos, aunque no podía describirlo con palabras. Elías no era alguien que se dejara ver fácilmente, y ella tampoco, pero por un momento, ambos parecieron compartir el mismo espacio de vulnerabilidad.
El sol ya se estaba poniendo, coloreando el cielo con tonos anaranjados y rosas. Lucía sintió el peso de la tarde sobre sus hombros, pero también una ligera sensación de alivio, como si el simple hecho de compartir un momento de verdad, sin máscaras ni pretensiones, hubiera abierto una puerta a algo nuevo.
"Volveré mañana", dijo antes de darse la vuelta para marcharse. La galería estaba vacía, pero la conversación que acababan de tener había dejado una marca que duraría mucho después de que se apagaran las luces.
Elías la vio irse, sin decir palabra, pero algo diferente brilló en sus ojos. Quizás una promesa de que, aunque sus sombras nunca desaparecerían por completo, habría alguien allí para caminar junto a él en la oscuridad.
La puerta de la galería se cerró detrás de Lucía, pero el eco de sus palabras aún resonaba en el aire, como una melodía que no podía olvidarse. Y, cuando la noche cayó sobre Valdemar, ambos supieron que sus caminos, aunque inciertos, ya estaban entrelazados de un modo que ninguno podía deshacer.
KAROL SOFÍA OLIVEROS DÍAZ
Mi nombre es Karol,
tengo 15 años, estoy en el grado 9, y no soy una niña de escribir mucho, pero
les voy a contar una pequeña
inspiración.
PRONTO
PASARÁ
Y este es mi
desamor...
Otra vez soy
yo, me pregunto hasta cuándo seguiré así, sintiendo algo por una persona a la
cual no le importo ni le intereso, hasta cuando seguir mendigando amor…
Un amor el
cual se perfectamente que no se va poder, pero sigo de terca, y no se si el sea
el indicado, solo se, que lo quiero junto a mí .
Creo que he, saturado
a Dios de tanto pedirle que me deje, y me de la oportunidad de estar con
él. Y no sé por qué mejor lo olvido y hago como si nunca lo hubiese visto.
Ya son muchas
lunas que te he llorado; Le he dicho a mi pobre y tonto corazón que no, no se
puede estar con él, que la única idiota y boba enamorada soy yo, y aun así mi
tonto corazón no entiende y comprende que no.
Pero sé que
en algún momento me tendré que olvidar de esta tonta y boba ilusión, y espero
que sea muy pronto porque de verdad me estoy haciendo demasiado daño; Créeme
que si la almohada hablara me diría lo tonta que soy por llorarte.
Es difícil
creer y entender que no eres para mí, pero me voy a prometer a no llorarte más
me voy a marchitar si sigo así; Simplemente no quiero sentirme más así, mi
corazón grita que lo salves, que él no se quiere sentir así que simplemente
quiere verte y sentir tu amor y al parecer no te importa, ni le das importancia
a lo que yo estoy sintiendo.
Quiero poder
tenerte junto a mí y ser feliz pero solo es una tonta ilusión.
Es más fácil que me olvide de ti, que llegar a tu amor, me muero por ti, y no aguanto me duele tanto estar así, solo quiero dejar de pensarte y no sé cómo lograrlo, eres ese pensamiento el cual no quisiera tener dentro de mi cabeza.
Mama me
pregunta a veces por qué estoy así y simplemente le respondo que “la vida a
veces no te da lo que quieres y simplemente te toca recibir lo que hay”. Y no es
justo.
Nosotras
las mujeres a veces non sentimos inseguras de cómo nos vestimos, que, si nos
ponemos un short o un crop top, y dudamos de cómo nos vestimos.
Porque
si salimos a la calle vestidas así, siempre y en todo lugar hay un hombre el
cual se pasa de atrevido y diciendo comentarios que no son para nada bonitos.
¿Los
hombres se preguntarán como nos sentimos con esos comentarios?
Por
qué nosotras las mujeres tenemos que sentirnos inseguras a la hora de
vestirnos, porque nos da ese miedo salir a la callé vestidas así. No tendríamos
por qué preocuparnos, nosotras las mujeres tenemos el derecho de vestirnos como
queramos y no porque nos pongamos un short o un crop top quiere decir que nos
vestimos así para seducir o provocar a los hombres.
Porque
tenemos que recibir esos comentarios que nos incomodan, y nos hacen sentir
inseguras de cómo nos vestimos.
Si
los hombres sintieran como nos sentimos nosotras las mujeres cuando hacen un
comentario ofensivo, quizás dejarían de hacer esos comentarios que nos
incomodan, y comprenderían que esos comentarios no se le dice a una mujer y que
hay muchas maneras de conquistar a una mujer sin necesidad de esos comentarios
vulgares e incomodos.
Saben,
lo peor de todo esto, es que en el mundo hay muchas mujeres que sufren de ACOSO
SEXUAL y día a día lidian con eso. Y a veces el ACOSO SEXUAL se convierte en ABUSO
SEXUAL y es algo más grave.
Felicitaciones YerKlin!
ResponderBorrarEste blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
ResponderBorrarEste blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Borrarle falta mas escenas épicas
ResponderBorrarEsto no es un anime Otaku
BorrarEn el primer capítulo nos haz presentado una historia prometedora, con personajes complejos y temas universales. La atmósfera melancólica y el lenguaje evocador nos invitan a reflexionar sobre el destino, la soledad y la posibilidad de encontrar el amor en los lugares más inesperados ... mas adelante espero leer el siguiente capitulo y quizas realizar otros aportes vale ! ... sigue adelante Felicitaciones!
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