Hola, soy Adriana Ravelo, del grado 10-1. Aunque suelo ser reservada y me siento más cómoda entre libros, hoy quiero compartir con ustedes un poco de mis escritos. Espero que los disfruten tanto como yo disfruto al escribir.
La Cárcel del amor
En un pequeño pueblo muy
lejano, dos jóvenes, Aurora y Lucas, se enamoraron perdidamente. Sin embargo,
sus familiares estaban enemistadas desde hace muchos años atrás. A pesar de los
obstáculos, su amor floreció en secreto, como una pequeña rosa en medio de
muchas espinas.
Una noche, decidieron
escapar juntos para dejar atrás todo el odio familiar. Se encontraron en un
viejo faro, donde compartieron promesas y sueños de un futuro juntos, pero al
salir el sol, sus familiares los encontraron no muy lejos del faro. En un
ataque de furia, los separaron y encerraron a Aurora en una habitación,
mientras que Lucas fue llevado a un lugar lejano del pueblo.
Aurora, atrapada en la cárcel del Amor, que era su hogar, no se rindió. Escribía cartas a Lucas, llenas de amor y esperanzas.
Finalmente, cumplieron
los 18 años y al volver a verse de nuevo, entendieron que su amor había sido más
fuerte que cualquier prisión. Juntos, rompieron las cadenas del rencor y
construyeron un nuevo camino.
Así la cárcel del amor se transformó en un símbolo de unión
y aprendieron que el amor verdadero puede superar cualquier barrera.
Tras las sombras del miedo
Liliana, una hermosa chica que desde muy pequeña soñaba con ser modelo,
sufrió un cambio drástico en su vida que la llevó a odiarse a sí misma. A los 7
años, fue víctima de abuso sexual, una experiencia que la afectó profundamente
a medida que crecía. A los 14 años, volvió a ser abusada, y el miedo la mantuvo
tras las sombras, temerosa de no ser creída y de que la culpabilizaran.
Desde los 10 años, Liliana comenzó a desarrollar enfermedades mentales,
incluida la depresión. Para calmar el dolor y la tristeza que sentía, empezó a
autolesionarse. A lo largo de su vida, vivió momentos muy dolorosos y optó por
el silencio.
Un día, abrumada por sus problemas, decidió acabar con su vida, sin
pensar en las consecuencias ni en las personas que la amaban. En su primer
intento, fracasó, y así continuó con varios intentos más. ¿Eran fracasos o
simplemente miedo a morir? A pesar de desearlo, había una parte de ella que aún
luchaba por seguir adelante.
Liliana no se sentía segura expresando sus emociones y prefería leer o
dormir para mantener su mente ocupada. Un día, en el colegio, se sintió tan mal
que decidió tomar varias pastillas que siempre llevaba consigo. Al sentirse
horriblemente mal, pensó que finalmente había logrado su objetivo. Sin embargo,
su profesor, José, notó su comportamiento extraño y, al acercarse a ella, logró
que Liliana compartiera su dolor. Gracias a su intervención, Liliana fue
llevada nuevamente al psiquiátrico, donde fue internada por tercera vez.
Durante su estancia en el psiquiátrico, Liliana comenzó a asistir a
terapias y a participar en actividades grupales. Aunque al principio le costó
abrirse, poco a poco empezó a compartir su historia. Recordó su primera hospitalización
a los 11 años, cuando su depresión se volvió abrumadora. En esa ocasión, se
sintió perdida y sola, pero encontró consuelo en un grupo de apoyo donde
conoció a otros jóvenes con experiencias similares. Juntos compartieron risas y
lágrimas, creando un vínculo que le ayudó a sentirse menos aislada.
En su segunda hospitalización, a los 15 años, Liliana se sintió más
consciente de su dolor. Recuerda la terapeuta que la animó a escribir en un
diario. A través de la escritura, pudo expresar sus emociones reprimidas y
comenzó a entender que no estaba sola en su lucha. Sin embargo, el miedo y la
tristeza la llevaron de nuevo a la autolesión, y su estancia fue un
recordatorio de que el camino hacia la sanación no era lineal.
Ahora, en su tercera internación, Liliana se encontraba en un lugar
diferente. Con el apoyo de su nuevo terapeuta, decidió enfrentar sus miedos y
hablar sobre sus experiencias de abuso. A través de la terapia, comenzó a
desmantelar la culpa que había llevado durante años. Aprendió a canalizar su
dolor en la pintura, creando obras que reflejaban su viaje emocional.
Con el tiempo, Liliana se dio cuenta de que, aunque su pasado era
doloroso, no definía su futuro. Empezó a establecer metas pequeñas, como salir
a caminar todos los días y participar en actividades artísticas. El proceso fue
difícil, pero cada pequeño logro la acercó a una versión más fuerte de sí
misma.
Finalmente, tras meses de trabajo y crecimiento personal, Liliana fue
dada de alta. Saliendo del psiquiátrico, llevaba consigo una nueva perspectiva
de la vida. Había aprendido a enfrentar sus demonios internos y a buscar ayuda
en lugar de esconderse. Con el apoyo de terapeutas y seres queridos, comenzó a
reconstruir su autoestima y a redescubrir su pasión por la moda.
Liliana se comprometió a compartir su historia para ayudar a otros que
enfrentan situaciones similares, convirtiéndose en una voz de esperanza y
resiliencia. Su viaje no fue fácil, pero cada paso que daba la acercaba más a
la vida que siempre había soñado, demostrando que, a pesar de las adversidades,
siempre hay una luz al final del túnel.
Reflejo de locura
Cuando Adrián despertó
aquella mañana, todo parecía en orden. El sol entraba a través de las ventanas,
el café humeaba en la mesa, y el reloj marcaba las 7:30 a. m. como siempre. Sin
embargo, algo no encajaba.
Se levantó con una extraña
sensación de desorientación. Miró su reflejo en el espejo del baño y sintió un
escalofrío recorrer su espalda. Algo en su imagen le resultaba... incorrecto.
Sus ojos estaban ligeramente más hundidos, su piel más pálida, y su expresión
no parecía suya.
—Sólo estoy cansado —se dijo
a sí mismo.
Pero la inquietud no
desapareció.
A lo largo del día, los
sonidos se volvían más intensos, casi como si el mundo gritara a su alrededor.
Los murmullos de la gente en la oficina parecían susurros dirigidos a él,
palabras ininteligibles que se escondían entre las conversaciones normales.
Por la tarde, mientras
caminaba a casa, sintió que alguien lo seguía. Se giró bruscamente, pero la
calle estaba vacía. Sin embargo, al volver la vista al frente, su reflejo en la
vitrina de una tienda aún seguía mirándolo... con unos segundos de retraso.
El miedo se apoderó de él.
Se frotó los ojos, parpadeó varias veces seguidas, pero la imagen seguía
desfasada. Y lo peor era su expresión: su reflejo sonreía de una manera
macabra, burlona, mientras él mismo mantenía el rostro serio.
Esa noche, encerrado en su
apartamento, evitó todos los espejos. Pero la sensación de ser observado
persistía. Se escondió bajo las sábanas, temblando, mientras los murmullos en
su cabeza aumentaban. "No es real", se repetía. "No es
real".
Hasta que el espejo del
armario crujió.
Con el corazón martillándole
el pecho, Adrián se obligó a mirar. Su reflejo estaba allí, pero esta vez no
imitaba sus movimientos.
—Por fin me ves —susurró su
otro yo.
Y entonces, el espejo se rompió en pedazos.
Al día siguiente, la policía
encontró a Adrián en su departamento, solo, frente al espejo destrozado.
Susurros escapaban de sus labios agrietados mientras repetía una y otra vez:
—No soy yo. No soy yo.
Parte 2
Adrián no recordaba cuánto
tiempo llevaba allí, encogido frente al espejo roto. Apenas sentía su cuerpo,
como si la realidad estuviera deslizándose entre sus dedos.
Cuando los policías lo
encontraron, murmurando aquellas palabras sin sentido, lo llevaron a un
hospital psiquiátrico. El diagnóstico fue inmediato: episodio psicótico severo.
Lo sedaron y lo internaron en una habitación blanca, sin espejos.
Por unos días, la medicación
lo mantuvo en un estado de letargo. Su mente flotaba en una neblina densa, sin
pensamientos claros. Pero cuando comenzó a despertar, la angustia regresó.
El reflejo
Las ventanas, el acero
pulido de los instrumentos médicos, hasta los ojos de los demás… todos
reflejaban su imagen. Y, poco a poco, notó que su reflejo no se movía en
perfecta sincronía con él. A veces, un parpadeo de más. O una mueca apenas
perceptible.
—¿Lo ves? —susurró una noche
a su compañero de cuarto, un anciano de mirada apagada que jamás hablaba.
Pero el viejo sólo le
devolvió una mirada vacía.
Con los días, Adrián empezó
a perder el control. Evitaba cualquier superficie reflectante, se tapaba la
cara, se negaba a comer si el plato tenía demasiado brillo. Pero no importaba
cuánto lo intentara… su reflejo siempre encontraba la forma de verlo, el no podía
escapar de sí mismo.
Hasta que, una madrugada,
ocurrió lo inevitable.
Despertó de golpe, con el
corazón a mil. En la esquina de la habitación, algo se movía. Giró la cabeza y
lo vio.
Su reflejo estaba de pie,
fuera del espejo, mirándolo con la misma sonrisa torcida.
—Tanto tiempo esperando…
—susurró con una voz idéntica a la suya.
Adrián intentó gritar, pero
ningún sonido salió de su boca. Su otro yo se inclinó hacia él y susurró en su
oído:
—Ahora es tu turno de estar
dentro.
El mundo se oscureció.
A la mañana siguiente, la
enfermera entró en la habitación y se encontró con un paciente distinto. Adrián
estaba sentado en la cama, tranquilo, con una expresión serena y una sonrisa
amigable.
—Buenos días —saludó con una
voz calmada.
Pero algo en sus ojos hizo
que la enfermera sintiera un escalofrío.
Por otro lado, en el reflejo
de la ventana, un Adrián demacrado y aterrorizado golpeaba el cristal con
desesperación.
Nadie lo escuchó.
Parte 3
Adrián sonreía más.
Hablaba con los médicos, cooperaba en las terapias, comía sin problemas. Sus
respuestas eran perfectas, su comportamiento impecable.
Los doctores tomaron
notas. "Mejora significativa", escribieron en su expediente. "Posible
alta en unas semanas".
Pero en los reflejos, la
historia era diferente.
Cada vez que pasaba junto
a una ventana, su verdadero yo estaba allí, atrapado en un mundo de sombras y
cristal. Golpeaba el vidrio, gritaba, pero nadie lo veía. Nadie lo escuchaba.
Excepto su otro yo.
A veces, cuando nadie más
miraba, Adrián se giraba y observaba su reflejo con una sonrisa burlona.
Apoyaba un dedo en el cristal, como si disfrutara del sufrimiento de su
prisionero.
—Te acostumbrarás —murmuraba
sin mover los labios.
El Adrián atrapado en el
reflejo no se acostumbraba. El tiempo no existía en su prisión. No dormía, no
comía, no sentía el paso de los días. Solo podía mirar. Y mirar. Y mirar.
Hasta que encontró la
grieta.
Fue un detalle mínimo.
Una línea diminuta en la superficie del vidrio de la ventana de su habitación.
Apenas visible, pero suficiente para llenarlo de esperanza.
Durante días, golpeó el
cristal en el mismo punto. Nadie lo notaba. Nadie podía verlo.
Hasta que, una noche, el
vidrio crujió.
El Adrián del otro lado,
el impostor, se giró bruscamente. Corrió hacia la ventana con los ojos abiertos
de par en par.
—No puedes… —susurró.
Pero ya era tarde.
El reflejo de Adrián
gritó con todas sus fuerzas y golpeó una última vez. La grieta se expandió en
todas direcciones y el cristal explotó en mil pedazos.
Todo se oscureció.
Cuando Adrián abrió los ojos, estaba en su cama del hospital, respirando con dificultad. Se incorporó de golpe, sintiendo su cuerpo pesado, real. Tocó su rostro, su pecho. Estaba de vuelta.
Se levantó con las
piernas temblorosas y se acercó al espejo del baño. Su reflejo lo imitó
perfectamente.
Pero antes de sonreír con
alivio, notó algo.
En el fondo del espejo,
como una sombra apenas perceptible, unos ojos llenos de odio lo observaban.
Atrapados.
Esperando su turno.
Parte 4
Adrián retrocedió un
paso, sintiendo el frío del suelo en sus pies descalzos. Su reflejo permanecía
inmutable, pero los ojos en el fondo del espejo seguían ahí. Fijos en él.
Se obligó a respirar
hondo, tratando de convencerse de que solo era el efecto de su mente aún
aturdida por la anestesia o los medicamentos. Pero cuando parpadeó, los ojos se
movieron. Se acercaron.
Un escalofrío le recorrió
la espalda. No estaba solo.
Con el corazón latiéndole
con fuerza, giró la cabeza para ver detrás de él. Nada. Solo el baño vacío y la
puerta entreabierta hacia la habitación. Pero en el espejo, la sombra seguía
ahí, cada vez más definida.
Adrián sintió que el aire
se volvía más denso. Un murmullo casi imperceptible susurró su nombre.
Y entonces, su reflejo
parpadeó.
Él no lo había hecho.
Adrián sintió que el
estómago se le encogía. Su reflejo lo observaba con una expresión que no
reconocía. Una sonrisa apenas curvaba sus labios, pero sus ojos… sus ojos eran
los mismos que estaban atrapados en la sombra.
Se tambaleó hacia atrás,
golpeando la pared del baño. El espejo no reflejó el movimiento de la misma
manera; su otro yo se quedó quieto por un segundo más antes de imitarlo, con un
leve retraso.
—No… —murmuró Adrián,
sintiendo el sudor frío recorrer su espalda.
El reflejo inclinó la cabeza, su sonrisa ampliándose en un gesto antinatural. Luego, levantó una mano y presionó la palma contra el vidrio. Adrián tragó saliva, viendo cómo la superficie se ondulaba bajo el contacto, como si fuera agua.
Y entonces, la mano
empezó a atravesar el cristal.
Un frío insoportable
llenó la habitación cuando los dedos pálidos emergieron al otro lado. Adrián se
quedó paralizado, su respiración entrecortada.
El reflejo susurró algo.
Adrián no pudo entenderlo del todo, pero sonó como una invitación. O una
advertencia.
Se obligó a reaccionar y
dio un paso atrás, tropezando con la puerta del baño. Miró alrededor buscando
algo, cualquier cosa para defenderse, pero antes de que pudiera moverse, la luz
parpadeó y se apagó.
El cuarto quedó sumido en
una oscuridad sofocante. Y en el silencio absoluto, Adrián escuchó la voz del
reflejo, ahora clara, susurrándole al oído:
—Tu turno.
El corazón de Adrián
martillaba con fuerza dentro de su pecho. La oscuridad lo envolvía, espesa,
como si el aire se hubiera convertido en algo denso y pegajoso.
Intentó moverse, pero sus
músculos estaban rígidos, como si una fuerza invisible lo sujetara en su lugar.
Su respiración era entrecortada, cada bocanada de aire parecía más difícil que
la anterior.
Un sonido rasgó el
silencio. Un goteo.
Ploc. Ploc. Ploc.
Venía del espejo.
La luz parpadeó un
instante, y en ese destello fugaz, Adrián lo vio. Su reflejo ya no estaba en el
espejo.
No… Ahora estaba detrás
de él.
El aliento gélido de su
otro yo acarició su nuca. Un murmullo grave, casi burlón, rozó su oído:
—Gracias por abrir la
puerta.
Adrián sintió un tirón
violento en su interior, como si algo lo succionara desde el pecho. Un vértigo
abrumador lo golpeó y, de repente, el mundo se volcó.
El baño desapareció. El
cuarto del hospital se desvaneció en sombras líquidas.
Y entonces, con un golpe
sordo, Adrián abrió los ojos.
Estaba de pie dentro del
espejo.
Desde el otro lado, su
reflejo—no, lo que ahora lo reemplazaba—se giró y le dedicó una sonrisa
siniestra antes de salir de la habitación.
Adrián golpeó el vidrio
con todas sus fuerzas, pero su grito se perdió en el vacío.
Afuera, el mundo seguía
como si nada. Él estaba atrapado.
Y la criatura que había
tomado su lugar… estaba libre.
Adrián golpeó el cristal
con todas sus fuerzas. Su reflejo lo imitaba, pero con un segundo de retraso y
una expresión burlona en el rostro.
—¡Déjame salir! —gritó,
sintiendo la desesperación arañarle la garganta.
Pero su voz no atravesó
el espejo. Solo un eco ahogado resonó dentro de su prisión.
Desde el otro lado, su
doble lo miró con diversión antes de girarse lentamente y salir de la
habitación. Adrián vio cómo tomaba su lugar en el mundo real, cómo sonreía con
su cara, cómo probaba el peso de su propio cuerpo con una satisfacción
inquietante.
El pánico lo envolvió. Se
lanzó contra el cristal de nuevo, arañándolo con desesperación, pero lo único
que logró fue dejar marcas borrosas de sus dedos temblorosos.
Y entonces, lo vio.
Detrás de él, en la
negrura infinita del espejo, algo se movió. Ojos. Decenas de ojos.
Sombras amorfas, figuras
humanas sin rostros, cuerpos retorcidos que se deslizaban en la penumbra,
arrastrándose hacia él con una lentitud espeluznante.
Adrián intentó retroceder,
pero no había a dónde huir.
—No, no, no… —susurró, el
terror paralizándolo.
Las sombras se acercaban,
alargando manos esqueléticas, susurrando palabras incomprensibles, llenas de
hambre.
Y justo cuando sintió los
dedos helados cerrándose alrededor de su garganta…
Abrió los ojos de golpe.
Estaba en su cama del
hospital. Su respiración era un jadeo entrecortado, su cuerpo empapado en
sudor. Miró frenéticamente a su alrededor. La luz tenue de la habitación
iluminaba las paredes blancas. La máquina a su lado pitaba con normalidad.
Se llevó una mano temblorosa
al pecho, sintiendo su corazón golpear con fuerza.
—Un sueño… solo un sueño…
—murmuró, tratando de convencerse.
Se frotó los ojos y se
obligó a respirar hondo.
Pero cuando bajó la mano
y miró al espejo del baño, su sangre se heló.
Había una marca en el
cristal.
Cinco huellas de dedos,
borrosas, como si alguien hubiera estado golpeando desde dentro.
Y en el fondo del espejo…
Unos ojos llenos de odio lo observaban.
Esperando su turno.
Adrián sintió que su
respiración se detenía. Su piel se erizó al ver aquellas huellas en el espejo,
tan nítidas como si alguien hubiera estado intentando salir… o entrar.
Tragó saliva, apartando
la mirada. Solo es mi imaginación, se repitió una y otra vez. Se giró
lentamente hacia la habitación, pero algo lo detuvo en seco.
Su reflejo en el espejo
no se movió con él.
El pánico le recorrió la
espalda como un golpe de hielo. Lentamente, con los músculos tensos, volvió a
mirar.
Su reflejo estaba allí.
Pero no lo imitaba.
Lo observaba.
Una sonrisa apareció en
su rostro. Una sonrisa que Adrián no hizo.
De repente, la luz
parpadeó. La sombra en el espejo pareció crecer, expandirse, susurrando algo
incomprensible. Adrián sintió un vértigo insoportable, como si el suelo se
inclinara bajo sus pies.
Parpadeó.
Y entonces, estaba de pie
frente al espejo.
Pero ya no estaba en su
habitación del hospital.
A su alrededor, solo
había oscuridad. Un abismo sin fin. Podía sentir la presencia de ellos detrás
de él. Sombras susurrantes, ojos brillando en la negrura. No necesitaba girarse
para saber que estaban ahí.
Golpeó el cristal con
desesperación.
—¡No! ¡Déjenme salir! ¡No
soy yo quien debe estar aquí!
Su reflejo, el otro, lo miró desde el otro lado con esa misma sonrisa torcida. Levantó una mano y la apoyó contra el vidrio, imitando su desesperación.
Y luego, inclinó la cabeza
y susurró con voz grave:
—Demasiado tarde.
La luz parpadeó una última
vez…
Y Adrián despertó.
Su cuerpo se sacudió en
la cama del hospital. Jadeó, sintiendo su pecho subir y bajar con violencia. Su
piel estaba empapada en sudor, su corazón martilleando en sus costillas.
Se quedó inmóvil un
momento, tratando de calmarse, de recordar que todo había sido un sueño.
Pero entonces, escuchó
algo.
Un susurro.
Vino del espejo.
Temblando, giró la cabeza
lentamente.
Las huellas seguían allí.
Y en el reflejo, detrás
de él, un par de ojos oscuros y hambrientos lo observaban.
Esperando.
Adrián cerró los ojos con
fuerza, apretando los dientes, negándose a mirar otra vez.
Cuando volvió a abrirlos…
el espejo estaba vacío.
Nada fuera de lo normal.
Pero Adrián ya no podía
ignorar la sensación en su pecho. La certeza de que algo lo estaba acechando.
Esperando su turno.
Parte 5
Adrián trató de calmar su
respiración, pero su pecho subía y bajaba con violencia. Se obligó a apartar la
mirada del espejo, aunque la sensación de que algo seguía allí lo hacía
estremecer.
—Sólo fue un sueño… solo
fue un maldito sueño… —se susurró a sí mismo.
Pero entonces, sintió un cosquilleo en la nuca. Una sensación fría, helada, como un aliento invisible recorriendo su piel.
Se quedó inmóvil.
El monitor a su lado, que
marcaba sus signos vitales, empezó a fallar. Un pitido largo y distorsionado
llenó la habitación, como si la máquina misma estuviera enloqueciendo.
Adrián sintió un
escalofrío recorrer su cuerpo entero. Algo estaba mal.
Giró la cabeza con
lentitud hacia el espejo. Y lo vio.
Su reflejo estaba allí,
sí… pero no era él.
Su piel era demasiado pálida,
casi grisácea. Sus ojos, hundidos y oscuros, lo miraban con una expresión
vacía, sin vida. Y en sus labios, esa sonrisa torcida que lo hizo sentir
enfermo.
Entonces, su reflejo
levantó una mano… y le hizo un gesto con un dedo, invitándolo a acercarse.
Adrián negó con la
cabeza, su cuerpo paralizado por el terror.
Pero el reflejo no necesitaba
que él se moviera.
Porque fue el espejo el
que empezó a acercarse a él.
El vidrio se onduló como
el agua y, de un momento a otro, una fuerza invisible lo arrastró hacia
adelante. Sus pies se deslizaron sobre el suelo, sus manos intentaron aferrarse
a la cama, a cualquier cosa, pero era inútil.
—¡No! —gritó, tratando de
resistirse.
Pero la fuerza lo jaló
con más violencia, su cuerpo se inclinó, y su rostro quedó a centímetros de la
superficie ondulante del espejo.
En el último segundo,
antes de que lo absorbiera, vio su reflejo susurrarle algo:
—Tu lugar me pertenece
ahora.
Adrián cayó en la
oscuridad.
Sintió un frío
insoportable, un peso invisible aplastándolo. Y entonces…
Despertó.
Otra vez.
Su corazón latía como un
tambor dentro de su pecho. Sus ojos recorrieron la habitación del hospital con
desesperación. Todo parecía normal.
El monitor a su lado emitía su pitido rítmico. La luz era tenue, tranquila.
Se incorporó lentamente,
sintiendo su cuerpo pesado. Respiró hondo, tratando de calmarse.
Pero cuando miró hacia el
espejo…
No vio su reflejo.
El cristal estaba vacío.
Adrián sintió el estómago
caerle al suelo. Se llevó una mano temblorosa al pecho, asegurándose de que
estaba realmente allí.
Y entonces, lo escuchó.
Un golpe.
Desde dentro del espejo.
Golpeó una vez más.
Adrián tembló. Se acercó
con pasos vacilantes y, cuando estuvo lo suficientemente cerca, la respiración
se le congeló en la garganta.
Allí, en la negrura del
cristal, una sombra se retorcía, golpeando desde dentro.
Y cuando los ojos de la
sombra se abrieron, llenos de odio y desesperación, Adrián entendió la verdad.
Él estaba afuera.
Pero el verdadero Adrián
seguía atrapado en el otro lado.
Y ahora…
Esperaba su turno.
Parte 6
Adrián retrocedió, su
piel helada por el terror. La sombra atrapada en el espejo golpeaba con más
fuerza, su boca abriéndose en un grito silencioso. Pero eso no fue lo peor.
Porque detrás de la
sombra, algo emergió de la oscuridad.
Primero fueron unas manos, alargadas y huesudas, con dedos deformes que se retorcían como insectos agonizantes. Luego, un rostro… si es que podía llamarse así. Era una amalgama de carne grisácea, con ojos que parecían derretirse en sus cuencas, y una boca rasgada en una sonrisa grotesca que se extendía de oreja a oreja.
Adrián sintió su estómago
revuelto.
La criatura pegó su cara
al otro lado del vidrio, su piel viscosa dejando un rastro oscuro en el
cristal. Luego, lentamente, sacó una lengua bífida y lamió la superficie, como
si pudiera saborearlo a través del espejo.
Pero no estaba sola.
A su alrededor, más sombras comenzaron a moverse. Seres sin forma definida, con extremidades alargadas, torsos retorcidos y cabezas que parecían derretirse, como si hubieran sido arrancados de un mal sueño. Algunos no tenían ojos, solo bocas abiertas en expresiones de hambre infinita. Otros tenían docenas de ojos diminutos que parpadeaban de manera errática, observándolo con ansias depredadoras.
El reflejo de Adrián—la cosa que ahora vivía en su cuerpo—se giró lentamente hacia él y le dedicó una sonrisa burlona. Luego, levantó una mano y golpeó el espejo con los nudillos.
Tac. Tac. Tac.
Las criaturas se agitaron. Se removieron en la negrura del cristal, extendiendo sus brazos y garras hacia el Adrián atrapado.
Una de ellas habló.
—Uno nuevo… —gorgoteó con una voz espesa, como un líquido podrido deslizándose por un tubo oxidado.
Otra criatura, con la mandíbula desencajada y una lengua negra como brea, siseó:
—La piel es fresca…
Adrián se tambaleó hacia atrás.
—¡No! ¡Déjenme salir! ¡Yo no pertenezco aquí!
Pero la cosa que ocupaba su lugar simplemente inclinó la cabeza, divertida. Luego, se llevó un dedo a los labios en un gesto de silencio.
Y apagó la luz.
Adrián gritó.
Pero la oscuridad lo engulló.
Las criaturas se lanzaron sobre él. Garras afiladas desgarraron su ropa. Dedos huesudos recorrieron su piel, palpándolo con ansias enfermas. Un hedor pútrido invadió sus fosas nasales, un aroma a carne podrida y humedad rancia.
—Uno más… uno más… uno más… —susurraban las sombras, sus voces mezclándose en un coro infernal.
Adrián forcejeó, pataleó, trató de gritar, pero algo se enroscó en su garganta, sofocándolo.
Y entonces, sintió el peor dolor de su vida.
Algo estaba metiéndose dentro de su piel.
Retorciéndose bajo la carne.
Desgarrándolo.
Transformándolo.
Quiso gritar, pero su mandíbula se desencajó en un espasmo imposible. Sus dedos se alargaron, sus huesos crujieron, su piel ardió con un calor insoportable mientras su cuerpo cambiaba, moldeándose en algo que no era humano.
Y en su último momento de lucidez, antes de que su mente se sumiera en la locura, comprendió la verdad.
Nadie escapaba del espejo.
Sólo podían convertirse en ellos.
Y ahora, Adrián era uno más.
Uno de los seres deformes.
Uno de los condenados.
Esperando su turno.
Parte 7
Adrián sintió su cuerpo romperse, deformarse en algo indescriptible. Las sombras lo rodeaban, arrancándole la humanidad, absorbiéndolo en su mundo de pesadillas.
Los rostros grotescos se acercaron, susurrando su condena.
—Uno más… uno más…
Y entonces…
Abrió los ojos.
Estaba en su cama. El despertador marcaba las 7:30 a.m.
La luz del sol entraba suavemente por la ventana, iluminando la habitación con tonos dorados. El aroma del café recién hecho flotaba en el aire. Todo estaba en orden.
Su corazón aún latía con fuerza, el eco del horror clavado en su mente, pero… estaba en casa.
Todo había sido un sueño.
Se llevó una mano temblorosa al rostro, sintiendo su piel cálida y real. Suspiró con alivio. Solo un maldito sueño.
Se incorporó lentamente y miró a su alrededor. Su escritorio estaba desordenado como siempre, con papeles y su laptop abierta. La televisión apagada reflejaba parte de la habitación.
Nada anormal. Nada extraño.
Se puso de pie y caminó hacia la cocina. En la mesa, una taza de café humeaba, esperándolo.
Se sentó y tomó un sorbo. El calor del líquido le reconfortó la garganta. Por primera vez en mucho tiempo, sonrió.
Pero en el fondo de su mente, la duda persistía.
Porque si todo había sido un sueño… ¿Por qué sentía que algo seguía observándolo?
Se frotó el rostro, tratando de disipar la sensación. No podía seguir viviendo con ese miedo. No después de lo que había sentido.
Porque, aunque fuera un sueño…
¿Y si volvía a dormir?
¿Y si nunca despertaba la próxima vez?
Un escalofrío recorrió su espalda.
No.
No podía arriesgarse.
Con pasos lentos, caminó hacia el baño.
Abrió el botiquín y sacó una caja de pastillas.
Se miró en el espejo.
Todo estaba bien.
Nada extraño. Nada fuera de lugar.
Pero entonces, justo antes de llevarse las pastillas a la boca, notó algo.
En el reflejo, en el fondo del pasillo, una sombra se retorcía.
Ojos deformes y hambrientos lo observaban.
Esperando su turno.
Y entonces, una voz ronca, deformada, susurró a su oido:
-No puedes ESCAPAR.
Y el espejo estalló en mil pedazos.
FIN
¿Qué es realmente la depresión y la ansiedad?
| Joven y talentosa escritora. |
La depresión no es sólo estar triste. Es una
enfermedad mental seria que cambia la forma en la que piensas, sientes y vives
cada día. Es perder el interés en todo, sentirse cansado todo el tiempo, tener
un vacío en el pecho y pensar que nada tiene sentido. A veces, incluso aparecen
pensamientos de querer desaparecer. No es algo que se cure con "échale
ganas" o distracciones, es una batalla constante que muchas veces necesita
ayuda profesional.
La ansiedad tampoco es solo ponerse nervioso.
Es sentir miedo y angustia sin razón aparente, como si algo malo fuera a pasar
en cualquier momento. Es tener el corazón acelerado, sudar, sentir que no
puedes respirar y que tu mente no para de pensar en lo peor. No se trata solo
de mover la pierna por inquietud o de estresarse antes de un examen. Aunque
esos pueden ser signos de que algo no anda bien, no significa que tengas un
trastorno de ansiedad.
No se puede jugar con estas enfermedades
La salud mental no es un juego. No es una moda
ni algo para llamar la atención. Hay personas que realmente están sufriendo,
que todos los días luchan por seguir aquí, y cuando alguien dice “estoy
deprimido” solo porque tuvo un mal día o “tengo ansiedad” porque está nervioso
por una tarea, le quita importancia a quienes de verdad enfrentan estas
enfermedades.
Decir que tienes depresión o ansiedad sin
realmente padecerlo hace que muchas personas que sí lo sufren sientan que nadie
las toma en serio. No se trata de invalidar lo que siente cada quien, pero hay
una gran diferencia entre estar triste y tener depresión, o entre estar
nervioso y vivir con ansiedad todos los días.
Si sientes que algo no está bien contigo, busca ayuda. Y si solo estás pasando por un mal momento, reconoce que hay personas que están peleando una batalla mucho más difícil. La salud mental es algo serio y merece respeto.
El peso de la oscuridad
Desde que tengo memoria,
siempre he sentido que algo en mí estaba roto. No sabía cómo explicarlo, pero
desde niña me costaba respirar sin razón, me daba miedo cosas que para otros
eran normales, y mi cabeza nunca paraba de pensar en lo peor. A veces sentía
que me iba a volver loca.
Con los años, eso no
mejoró, al contrario. La tristeza se quedó conmigo y se volvió parte de mi
vida. Me fui alejando de todos, perdiendo el interés en lo que antes me
gustaba. Había días en los que simplemente no quería levantarme de la cama. Me
sentía sola, aunque estuviera rodeada de gente. Mi cabeza no me dejaba en paz,
diciéndome una y otra vez que no servía para nada, que a nadie le importaba.
Hubo un punto en el que
ya no aguanté más. Intenté irme de muchas maneras. Me lancé a la calle sin
pensar en las consecuencias. Probé con pastillas, corté mi piel una y otra, y
otra vez, tratando de aliviar ese dolor que me quemaba por dentro. Pero, por
alguna razón, seguía aquí.
Me internaron. Recuerdo
el frío de las paredes blancas, la sensación de estar atrapada, la mirada de
otros que, como yo, estaban rotos por dentro. Los días ahí eran largos,
interminables. Me preguntaba si alguna vez volvería a sentirme “normal”, si
algún día este peso en mi pecho desaparecería. Aprendí a respirar, a controlar
mis pensamientos, a decir en voz alta que no estaba bien. Pero la verdad es que
nunca he estado bien.
Todavía lucho. Todos los
días es una pelea contra la depresión, contra la ansiedad, contra mis propios
demonios que nunca se callan. Nada es fácil. Hay días en los que el vacío es
tan fuerte que apenas puedo moverme, noches en las que las lágrimas me ahogan
sin razón. A veces siento que todo esto nunca va a terminar, que siempre voy a
estar atrapada en esta oscuridad.
Noche tras noche, sigo
sintiéndome mal. El insomnio es mi compañero, y cuando consigo dormir, las
pesadillas me despiertan con el corazón acelerado. Cada día es más difícil
levantarme, poner una sonrisa y fingir que todo está bien. Estoy cansada de
fingir. Cansada de decir que "estoy bien" cuando por dentro me estoy
hundiendo. Cansada de cargar con un peso que parece que nunca desaparecerá.
Pero sigo aquí. No porque
sea fuerte, sino porque, de alguna manera, sigo creyendo que en algún lugar hay
una salida. Que aunque todo parezca negro, siempre existe una luz al final del
túnel. Y yo sigo buscándola.
Nota de sangre
Hay
amores que no necesitan gritarse para ser eternos.
Solo
necesitan sobrevivir.
Adriana
y Eithan vivían en un mundo que no quería verlos juntos.
Demasiadas
reglas, demasiadas miradas, demasiadas barreras.
Familias,
amigos, circunstancias… todo estaba en contra.
Pero
aún así, se encontraron.
Y
no se soltaron.
Lo
suyo no fue fácil.
Fue
secreto.
Fue
doloroso.
Fue
hermoso.
Amaban
en la sombra,
con
el corazón en la boca cada vez que se cruzaban,
con
los dedos temblando cada vez que se tocaban.
Y
aun así, su amor crecía como las flores que nacen en las grietas del concreto:
improbable,
pero real.
Adriana
era silenciosa, pero intensa.
Amaba
con todo.
Y
cuando las palabras ya no le bastaban,
cuando
la distancia los forzaba a estar lejos y el pecho se le llenaba de dolor…
escribía.
Cartas.
Escondidas.
Cuidadosas.
Frases
con el alma desnuda.
Y
al final, un detalle que Eithan jamás olvidaría:
una
pequeña gota de su sangre, dibujando una línea, un corazón o su nombre.
No
era locura.
Era
símbolo.
Era verdad.
Porque
para Adriana, amar a Eithan era como sangrar por dentro.
No
era sufrimiento, era entrega.
Era
decirle sin palabras:
**"Esto
soy yo. Esto es mío.
Mi
sangre. Mi amor. Todo lo que no puedo gritar, lo dejo aquí.
Para
que lo guardes. Para que me sientas, aunque no esté."**
Y
él…
Él
recibía esas cartas como si fueran vida.
A
veces las abría con manos temblorosas, con los ojos llenos de nostalgia.
Y
cada vez que veía esa marca roja, ese rastro de ella,
sentía
que la tenía cerca.
Que
la distancia no podía romper lo que ellos habían tejido en silencio.
Eithan
pensaba, muchas noches, en responderle igual.
En
cortarse la yema del dedo, en dibujarle un "te amo" con su sangre
también.
Pero
algo dentro de él lo detenía.
No
por miedo.
Sino
porque entendía que esa era su forma.
Que
Adriana tenía su manera de amar.
Y
que su papel, el de él, era cuidar esa fragilidad con fuerza.
Ser
escudo. Ser paz. Ser presencia cuando todo dolía.
Se
vieron en rincones ocultos, en calles sin nombre,
en
sueños compartidos por mensajes que nadie debía leer.
Y
cada encuentro era fuego contenido.
Cada
beso era una promesa que no podían decir en voz alta.
Pero
que estaba en cada mirada.
El
mundo seguía en contra.
Pero
ellos seguían firmes.
Porque
entendieron algo que pocos entienden:
el
amor no necesita permiso.
Solo
necesita dos corazones dispuestos a no rendirse.
CUANDO EL AMOR DUELE
![]() |
"A
ti, chico de ojos lindos que fuiste mi todo y mi nada.
A
ti, niño de cabello perfecto que me enseñaste a amar sin reservas y a romperme
sin miedo.
Eres
el capítulo más bonito y más doloroso que escribí,
y
aunque el tiempo pase, siempre serás mi historia favorita…
incluso
si nunca tiene final feliz. Gracias por cada instante, por cada sonrisa y cada
abrazo que me enseñó a sentirme viva.
Gracias
por mostrarme un amor que, aunque imperfecto, fue real para mí.
Te
esperaré… no importa cuánto tiempo pase,
porque
algunas personas valen la pena, incluso si nunca regresan."
Capítulo 1
Cuando me mirabas sin que yo supiera
Todo comenzó un día cualquiera. Uno de esos en los que uno solo quiere pasar desapercibida entre los pasillos del colegio, con el libro en mano y el alma cansada. Pero ese día… algo cambió.
Yo estaba sentada en el aula, entre libros, como siempre. Fingiendo que leía, aunque en realidad, muchas veces solo buscaba un refugio. La gente a mi alrededor hablaba, reía, corría. Yo solo quería silencio. Paz. Y ahí estaba él.
No sé si fue casualidad o destino, pero cuando su amigo lo trajo y lo vi de cerca por primera vez, algo se movió en mí. No fue un flechazo ni nada cursi, pero sí una sensación distinta. Como si algo en el aire dijera "atenta, esto importa."
Hablamos poco. Lo justo. Pero fue suficiente para que me quedara con su voz en la mente. Tenía algo… una forma de mirar que no juzgaba, que no exigía. Y eso era raro. Porque yo siempre sentía que debía explicar mi forma de ser, justificar mis silencios. Con él no.
Y sí… me di cuenta de que me miraba cuando subimos al bus. No hizo falta que me hablara. Sentí sus ojos buscándome, siguiéndome desde unas filas más atrás. Yo tenía un libro en las manos, uno de esos que me hacían sentir menos sola. Fingí que no lo notaba, pero en realidad… me gustó. Me hizo sentir vista. No como “la rara que siempre lee”, sino como alguien.
Me preguntaba si intentaba leer el título. Si se preguntaba qué historia me tenía tan atrapada. Y por primera vez en mucho tiempo, me gustó que alguien se lo preguntara.
Capítulo 2
Cuando comenzó a importar demasiado
Empezamos a hablar más. Primero poco, después demasiado. No sé cuándo pasó, pero nuestras conversaciones se volvieron rutina. Después necesidad. Luego refugio.
Esas noches hablando hasta tarde… fueron mi salvación sin que él lo supiera.
Me encantaban las llamadas a las 4 a.m. Aunque tuviera sueño, aunque mi voz sonara desgastada, estar con él en ese espacio secreto era lo único que me hacía sentir… viva. Su voz me calmaba. Sus bromas, su forma de escucharme, de quedarse aunque no tuviera fuerzas para decir mucho… era todo lo que no sabía que necesitaba.
Pero también tenía miedo.
Él
no sabía todo de mí. No sabía los fantasmas que arrastraba, las heridas que
nunca cerraron del todo. Tenía miedo de que se fuera si se los mostraba. Miedo
de que me viera como una carga. Como alguien rota. Porque eso sentía que era.
Cuando me confesó que le gustaba, me tembló el alma. Quise decirle que yo sentía lo mismo. Que desde hacía tiempo ya me dolía quererlo. Pero también… quise protegerlo. De mí. De mi historia. De todo lo que traía conmigo.
Y sin embargo, él se quedó.
Capítulo 3
Amar cuando no te amás a vos misma
Lo intenté. En serio. Intenté dejarlo entrar, mostrarle mis partes rotas sin lastimarlo con ellas. A veces me perdía, me alejaba. Me encerraba en ese lugar oscuro donde nadie podía alcanzarme. Y él… él siempre estaba.
Me dolía saber que sufría conmigo. Que se preocupaba. Que sentía impotencia. Pero… ¿cómo explicarle que hay días en los que una ni siquiera puede sostenerse a sí misma? Que amarlo me daba miedo. Miedo de arrastrarlo. Miedo de romperlo.
Y sí, me hacía daño. No como forma de llamar la atención. Sino porque a veces, el dolor adentro era tan grande que necesitaba una salida. Y odiaba que él lo supiera. Odiaba que lo notara cuando me abrazaba. Porque yo no quería que él llevara ese peso.
Y sin embargo… lo amaba.
Lo amaba más de lo que podía soportar. Por eso también lo empujaba. Porque sentía que no merecía todo lo que él era. Porque me dolía que él lo diera todo, cuando yo sentía que no podía darle casi nada.
Capítulo 4
El silencio que me protegía de mí misma
Ese día… el que él recuerda como el principio del final… yo ya no podía más.
No fue algo puntual. Fue todo. Todo junto. Como una avalancha que te tapa de golpe, aunque lleves años viendo cómo se forma en la cima. Ya no tenía fuerzas. Y lo peor: sentía que estaba destruyéndolo también a él.
Vi su desesperación en los mensajes. Lo sentí temblar incluso sin oírlo. Y eso… eso fue lo que me rompió. Porque no quería ser la razón por la que alguien tan bueno como él se sintiera tan mal.
Por eso me alejé.
No porque no lo amara. Sino porque lo amaba demasiado como para seguir haciéndole daño con mi dolor. Le dije que no me buscara más. Que no merecía estar en este lío. Que él merecía amor sin guerra.
Y dolió. Como nunca antes.
Pasaron días sin hablarle. Sin su voz, sin sus mensajes, sin sus buenos días. Y todo dolía más de lo que imaginé. Pero era un dolor que decidí cargar sola, porque él ya había hecho suficiente. Demasiado.
Capítulo 5
Como en un sueño
Y volvió. Sí, volví a ver a ese niño precioso.
Iba
camino al salón de Ciencias cuando cruzamos miradas.
Fue
un segundo, quizá menos, pero suficiente para que mi corazón se desbocara.
*—Me miró —*me repetí en la cabeza una y otra y otra vez, como si con repetirlo pudiera volver a sentir la misma electricidad recorriéndome el cuerpo.
Sabía
que él también me extrañaba. Lo leí en sus ojos. Pero también sabía que no
tenía idea de cómo acercarse a mí.
Y
yo… yo lo extrañaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Pero me sentía
avergonzada.
Porque fui yo quien se alejó. Fui yo quien tuvo miedo. Fui yo quien desapareció sin explicación, como si cortar el lazo fuera más fácil que enfrentar lo que sentía.
Y sin embargo, ahí estaba él. Y, de alguna forma mágica, sin explicación ni excusas, volvimos a hablarnos. Al principio fue un “hola” tímido, luego un “¿cómo estás?” que escondía mil cosas. Después vinieron los mensajes largos, las risas que se colaban entre palabras escritas con prisa, las llamadas de madrugada, esas que empezaban con un “¿Estás despierta?” y terminaban con un “no quiero colgar”.
Volvimos a ser nosotros. Sin presiones, sin etiquetas, sin promesas… solo nosotros.
Y
todo era tan perfecto que no parecía real.
Sentía que vivía en un sueño, uno de esos dulces y cálidos que no quieres que termine nunca.
Íbamos al parque casi cada fin de semana. Caminábamos lento, como si el tiempo se detuviera cuando estábamos juntos. Me contaba historias de su infancia, y yo le compartía secretos que nunca antes había dicho en voz alta. Nos reíamos hasta que nos dolía el estómago, y cuando el silencio llegaba, no era incómodo. Era tranquilo. Cómodo. Íntimo.
Nos sentábamos en la misma banca bajo un árbol enorme que ya sentíamos nuestro. A veces me apoyaba en su hombro, otras él me tomaba la mano sin decir nada. Y eso bastaba.
Una
vez me llevó un globo, sin razón aparente. Otro día llegó con una flor
silvestre que arrancó del camino.
—No
es una rosa, pero es bonita como tú —dijo.
Y yo sonreí como una tonta, sintiendo que me derretía por dentro.
Hubo tardes de lluvia en las que corríamos bajo el agua, empapados, riendo como niños. Y luego, helados, tomábamos chocolate caliente mientras nos mirábamos con esa mezcla de ternura y deseo que solo se da cuando el alma está involucrada.
Las llamadas se convirtieron en rutina. A veces hablábamos horas, a veces solo nos decíamos “buenas noches”. Pero incluso ese “buenas noches” tenía un sabor especial. Me dormía con su voz en mi mente y despertaba esperando un mensaje suyo.
Había algo en cómo me miraba, cómo me escuchaba, cómo recordaba las pequeñas cosas que yo decía al pasar… que me hacía sentir única. Visible. Elegida.
En
esos días, la vida era color de rosa.
Como
esos sueños donde todo sale bien, donde tus deseos se hacen realidad, donde no
existen los miedos ni el dolor.
Todo
brillaba con más intensidad. El cielo parecía más azul, las canciones sonaban
más lindas, y hasta el aire olía diferente cuando él estaba cerca.
Maldita
sea, todo era perfecto.
Tan
perfecto que asustaba.
Tan perfecto que dolía solo pensar que, quizás, no duraría para siempre.
Pero
en ese momento, no pensaba en el después. Solo quería seguir soñando.
Porque por fin, después de tanto, me sentía viva una vez más, y todo gracias a él.
Capitulo 6
Esa primera vez.
No
fue planeado. Ni ensayado. Sólo… sucedió.
Una noche cualquiera, pero con algo distinto en el aire. Todo estaba en calma. Como si el mundo, por fin, hubiera decidido callar.
Estaba
recostada en mi cama, con una camiseta suya que me quedaba grande, cayendo un
poco más abajo de los muslos. Tenía los pies descalzos, y me había puesto ese
perfume suave que sé que le gusta: vainilla con un toque de jazmín. No había
música. Solo el sonido de la lluvia golpeando el techo, lejano y sereno, como
si hasta el cielo supiera que esa noche no debía interrumpirnos.
Mi
amado se sentó a mi lado. Me miró con esa mezcla de ternura y deseo que me
derrite el alma. Y entonces lo supe. No había miedo. No había dudas. El amor
había vencido todas mis barreras.
—Ven
—le susurré, estirando la mano.
Se
acercó y me besó. Despacio. Como si besarme fuera algo sagrado. Yo respondí
igual. Mis labios sabían a té de menta y nervios, pero él no se apartó. Sus
dedos acariciaban mi rostro como si fuera de cristal, como si tuviera miedo de
romperme. Subí mis manos por su cuello, enredándolas en su cabello, sintiendo
cómo su respiración se aceleraba. No necesitábamos palabras. Todo ya estaba
dicho con el silencio.
Sus
manos bajaron por mi espalda, con una ternura que me estremeció. Me miró como
si acabara de descubrirme el alma, y me tembló el cuerpo.
—No
tienes que hacer esto —me dijo, con la voz ronca—. Sólo si lo sientes.
Lo miré a los ojos, sin titubear.
—Lo siento —le respondí—. Siento que te amo. Siento que quiero darte esto… que quiero darte todo.
Nos desnudamos sin apuro. No fue torpe. Fue natural. Como si nuestros cuerpos se hubieran esperado toda una vida para encontrarse. Él me miró, y no dijo nada, pero su silencio me habló más que mil palabras. Me vio completa, sin juicio, sin prisa, y sentí que por primera vez en mi vida alguien me miraba de verdad.
—Eres perfecta —me dijo. Bajé la mirada, abrumada por su dulzura, pero él me levantó el rostro con los dedos—. No te escondas… no de mí.
Me recostó con delicadeza, poniéndose sobre mí sin peso, sin prisa. Como si quisiera cuidarme incluso del aire. Cada caricia suya era como una confesión muda. Cada beso en mi cuello, en mi pecho, me enseñaba a sentir de nuevo. Su piel contra la mía era fuego y calma al mismo tiempo.
Y entonces, pasó.
Me
recibió con ternura, con cuidado, con amor. Una lágrima bajó por mi mejilla, no
de dolor, sino de emoción. De entrega. Mi cuerpo se abrió al suyo sin
resistencia, como si supiera que él era el lugar seguro donde podía rendirme
por completo.
Nos movimos lento, como si cada gesto llevara siglos de espera. No hablábamos, pero nuestros cuerpos sí. Y se entendían. Cada roce, cada suspiro, era un "te amo" en otro idioma.
Lo miré a los ojos todo el tiempo. No quería olvidar ni un segundo de ese instante. Él me acariciaba el rostro, me besaba la frente, me susurraba que me amaba entre jadeos, mientras mi cuerpo se aferraba al suyo, como si pudiera detener el tiempo con solo abrazarlo más fuerte.
Y cuando todo terminó, cuando el clímax nos encontró entre temblores y suspiros, entendimos lo que habíamos hecho. No solo fue hacer el amor. Fue encontrarnos. Fue salvarnos.
Después, me acurruqué en su pecho. Sentí sus dedos recorrer mi espalda en silencio, como si aún me acariciara el alma.
—¿Estás bien? —me preguntó.
Asentí, sin abrir los ojos, con una sonrisa rendida en los labios.
—Nunca estuve tan bien —le dije.
Y
nos quedamos así, envueltos en la tibieza del otro, bajo las cobijas, con el
corazón todavía latiendo fuerte. Afuera, la lluvia seguía cayendo. Pero por
dentro, por dentro todo era calma.
Capítulo 7
Batalla de sentimientos
Luego de aquella noche, nada volvió a ser como antes. Me sentía increíblemente feliz, diferente… ligera, como si el mundo hubiera cambiado de color. Amaba más la naturaleza, las cosas que parecían no tener sentido, esos detalles pequeños que se cuelan en el alma sin pedir permiso.
Camino al colegio, mi mente no dejaba de revivir lo que había pasado. Pensaba en cómo nos habíamos entregado sin miedo, sin dudas, con una confianza ciega que me parecía irrompible. Fue algo increíble, mágico, difícil de explicar. En ese momento supe que el resto de mi vida quería estar a su lado. La química que teníamos era indescriptible: esas sensaciones que me recorrían el cuerpo cuando estábamos frente a frente, las miradas fugaces mientras cambiábamos de salón, la forma en la que sus ojos cálidos me encontraban a la distancia… Me hacían sentir segura, amada, protegida.
Pero…
ese lazo tan fuerte que habíamos creado también trajo consigo algo más. Algo
oscuro.
Unos celos que me consumían por dentro. No era inseguridad… era posesión. Él me pertenecía, y yo le pertenecía. No veía sentido en que él se acercara a otra persona, ni en que yo lo hiciera. Éramos nosotros dos contra el mundo… o al menos eso quería creer.
Hasta que lo vi.
Estaba con dos chicas y uno de sus amigos más cercanos. Sentí una punzada en el pecho, como si me arrancaran el aire de golpe. Quise correr hacia él, abrazarlo y besarlo delante de todos, marcar mi territorio. Pero no pude. No porque no quisiera, sino porque teníamos prohibido acercarnos en público.
La
ira me invadió.
El enojo, la rabia… me alteré demasiado al verlo riendo con ellas. Me decepcioné.
—Sólo quería llevarme a la cama —fue lo primero que pensé.
Mi mente se nubló. Mis ojos se llenaron de lágrimas en cuestión de segundos. Le había entregado lo más valioso que me quedaba, lo más profundo de mí, y él había decidido aceptarlo, había decidido quererme a pesar de todo mi pasado… o eso creía. Ahora sentía que me había traicionado, que había jugado conmigo, con mis sentimientos, con lo que soy.
No me atreví a decirle nada. Simplemente me alejé. Una vez más.
No quería sufrir, pero sabía que al alejarme igual lo haría. Sin embargo, me convencí de que era lo mejor para mí… y quizás también para él.
Pasaron días sin que respondiera sus mensajes, sin mirarlo a los ojos cuando nos cruzábamos. Aun así, sentía sus ojos buscándome en la distancia, cálidos como siempre. Me enviaba mensaje tras mensaje… y yo simplemente los ignoraba, aunque por dentro deseaba contestar.
Pero
algo en mí se había roto, y no sabía si algún día podría repararse.
Capítulo 8
El final de todo
Supongo
que se cansó de buscarme… y yo me cansé de esperar.
Nos desgastamos en un silencio que gritaba más que cualquier discusión. Él dejó de insistir, y yo dejé de contestar. Así, poco a poco, nos fuimos borrando de la vida del otro.
Pero, aunque quisiera mentirme, aunque intentara convencerme de que todo terminó, sé que siempre será *Mi Stupid Love Story.* Esa historia absurda que nadie entiende, esa que me marcó la piel y el alma. Y por más que duela admitirlo, estaré aquí… el día que él decida volver. Asi dure dias, meses, años y siglos.
Porque la verdad es que no me he cansado del todo. Una parte de mí sigue esperándolo, aferrada a la idea de que en algún momento, cuando menos lo imagine, aparecerá frente a mí con esos mismos ojos cálidos… y entonces todo tendrá sentido otra vez.
Pero,
¿Y si no vuelve?
¿Y
si ya encontró en otra persona lo que un día buscó en mí?
¿Y si, mientras yo sigo aquí atrapada en su recuerdo, él ya aprendió a olvidarme?
Me
pregunto si en este preciso instante está pensando en mí… o en ella.
Y
me aterra descubrir la respuesta.
A manera de epilogo.
El tiempo pasó… y yo ni me di cuenta de cuándo dejé de contar los días.
Poco a
poco, las heridas que juré que nunca sanarían se fueron cerrando, aunque
dejaron cicatrices que a veces todavía duelen. Aprendí a respirar sin su voz, a
dejar de buscarlo entre la gente, a sonreír aunque su recuerdo siga escondido,
aferrado, en algún rincón de mi alma.
No
lo olvidé. No quiero hacerlo. Olvidar sería como borrar todo lo que vivimos, y
lo nuestro fue demasiado real como para borrarlo. Fue corto, sí, pero dejó
huellas profundas… de esas que una aprende a llamar recuerdos.
En
las noches más calladas, mi mente juega con los “y si”… ¿y si el orgullo no
hubiera ganado?, ¿y si los celos no hubieran pesado tanto?, ¿y si no hubiéramos
tenido tanto miedo? Pero la vida no se escribe con unn"y si”. Se escribe
con lo que pasó, y lo nuestro… pasó así.
A
veces pienso que él también se acuerda de mí cuando suena esa canción que nos
hacía reír, o cuando siente el viento igual que aquel día en que juramos que
nada nos separaría. Tal vez sí… tal vez no. Quizá su risa ahora sea de otra
persona, y sus manos ya no estén esperando las mías.
Yo
sigo adelante. No lo espero, pero tampoco cierro la puerta. Porque hay amores
que no mueren… solo se transforman. Y el nuestro, aunque ahora sea apenas un
fantasma, todavía sabe visitarme en sueños.
Supongo
que, por más que el tiempo pase, él seguirá siendo mi historia absurda, mi
batalla perdida. Seguiré esperándolo. Y siempre será mi Stupid Love Story...
ANGELA BASTIDAS ANGULO
POEMAS
Hola, mi nombre es Angela Bastidas, tengo 14 años. siempre me ha gustado leer y escribir porque soy muy creativa también.
Constelación del corazón
En el vasto abismo del cielo eterno,
donde el tiempo se disuelve en misterio,
late un corazón hecho de fuego y hielo,
inmenso, lejano, pero siempre sincero.
Como tu amor, distante y silente,
que arde sin quemar, pero nunca se ausenta,
invisible a ojos que no sienten,
pero en mi alma, brilla y me sustenta.
Tal vez la distancia lo agranda,
o quizá el deseo lo expanda,
pero allí está, latiendo en la nada,
una constelación que a mi pecho comanda.
Si el universo me negara verte,
aún así, te buscaría hasta la muerte,
porque hay amores que, aunque distantes,
se sienten tan vastos… pero algunos son
inevitables.
Amor imposible
Te amo, aunque no somos ni seremos.
Pero estuvimos y fuimos.
Fuimos las personas correctas,
con la vida equivocada.
Fuimos la forma más bonita y triste
que tuvo la vida, para echarnos
en cara, que no se puede tener todo.
Lo sé y lo sabes.
Eres mi amor para otra vida,
mi amor para otra ocasión.
Llegaste demasiado pronto
y aun así fue tarde.
Me entendías más que nadie,
y no existía alguien,
que te quisiera más que yo.
Siempre he creído que todo es posible
y que lo imposible...
Solo tarda un poquito más.
Pero querido amor imposible,
contigo esa teoría está de más.
A veces siento que fuimos
impuntuales, o que el destino
se haya encaprichado tanto
con nosotros...
Que decidió ponernos un
minuto más tarde.
Tal vez una persona antes
o una persona después.
fuimos todo y nada a su vez.
Eterno
Te amo en los días
callados,
en los que ríen de
sol,
en las noches donde
el eco
susurra tu nombre y
voz.
No hay sombra que nos
desgaste,
ni reloj que nos
detenga,
pues mi amor no es
solo instante,
es raíz que siempre
es plena.
Maldición del 11:11
Los días pasaron, y lo que antes era una costumbre dulce comenzó a sentirse como una carga. Cada 11:11 se convertía en un recordatorio silencioso de algo que se escapaba entre sus dedos. Las llamadas eran más frías, las risas más forzadas, y las promesas, una jaula dorada.
Hasta que, una noche, ella no llamó. Él miró el reloj, esperando que el sonido familiar rompiera el silencio. Pero la hora pasó. Y esa ausencia fue el último clavo en el ataúd de lo que alguna vez fue amor.
La maldición del 11:11 no fue el deseo no cumplido, sino el peso de haber prometido algo que el tiempo, implacable, se encargó de desgarrar.
Esa fue la última vez que ambos pidieron un
deseo. Y aunque sus corazones aún latieran al mismo ritmo, aprendieron que
algunas promesas, incluso las hechas a la hora mágica, no estaban destinadas a
durar para siempre.
Alma en
pena
Hay un alma en pena
Que busca la pieza
Esa que encaja en su hueco
Esa que adorne su pecho
Y en su juramento de fidelidad
No cruce los dedos
Demostrando su maldad
Al romper los acuerdos
Lo que falta a esta alma
Que en desdicha se lamenta
Es reconocer en el espejo
Lo que le completa
Quizás no es un quien
Ni un cuándo, ni un donde
Quizás es porque.
¿Porque tratar de llenar el vacío
Ideología
del amor errónea
Creí que el amor era eterno,
que bastaban palabras y un juramento,
que el tiempo no haría mella en un "te
quiero"
y que el destino era solo un argumento.
Pensé que amar era dar sin medida,
que el sacrificio tiene recompensa,
pero vi que en la cruel despedida
solo el vacío quedó como herencia.
Me enseñaron que el amor todo lo cura,
que siempre vence, que nunca traiciona,
pero hoy sé que en su dulce armadura
se esconde el filo que más aprisiona.
Si amar es perderse en promesas vacías,
si el deseo confunde y nubla el sentir,
quizás la idea del amor que tenía
fue solo un mito creado para sufrir.
Ojo de ángel, ve mi infierno
Ojo de ángel, fulgor celestial,
mira mi sombra, mi pena mortal.
Tu luz resplandece en un mundo marchito,
donde el fuego arde y consume mi grito.
Ve mi infierno, mi noche sin luna,
donde el alma tiembla y la fe se arruina.
Las llamas susurran secretos oscuros,
y yo, condenado, me pierdo en sus muros.
Si en tu mirada queda compasión,
derrama tu luz sobre mi prisión.
Pero si el juicio es lo que merezco,
cierra los ojos… y olvida que existo.
El amor
que le fue arrebatado a Estefany
Su corazón se siente como si hubiera sido arrancado de su pecho, dejando
un vacío insoportable. Cada momento sin el es una tortura, un recordatorio
constante que en amor le fue arrebatado.
Las lágrimas fluyen libremente por sus
mejillas, empapando su almohada y dejando un rastro de sal en su piel. Esta
pérdida, a la deriva en un mar de tristeza , anhelando un faro de esperanza que
nunca parece llegar.
El mundo exterior se ha vuelto irrelevante, un
mero telón de fondo para el drama que se desarrolla en su interior. Está
atrapada en una prisión de su propia desesperación, anhelando su liberación,
soñando con el día en que pueda abrazarlo de nuevo.
Pero el destino parece burlarse de su
tormento,manteniendo su separación como un castigo cruel e interminable. El
dolor es ha convertido en su compañero constante, un aspecto que la persigue
sin descanso, robándole la alegría y la esperanza.
Sin él, su mundo está vacío, un páramo
desolado donde solo se habita el dolor. Cada respiración es un recordatorio de
la agonía que la consume, un testimonio de la crueldad que lo ha separado.
Está dispuesta a hacer cualquier cosa,soportar
cualquier dolor, para estar con él nuevamente. Su separación es una injusticia,
un tormento que ella piensa que no merece.
No sabe cuánto tiempo podrá soportar este
dolor, pero nunca dejará de amarlo, para Estefany él es su mundo, su razón de
ser. Sin el, se siente perdida sola.
Espera y reza para que algún día puedan
reunirse, para que puedan superar este dolor juntos. Hasta entonces, su amor
por el arderá intensamente, un faro de esperanza en la oscuridad de su
desesperación.
Destinos
rotos.
Te escribí versos en la arena pero el mar los
borro.
Tu voz era mi hogar,ahora solo es un eco.
Las promesas volaron como hojas en otoño.
Te busqué en la luna, pero no brilla igual.
El tiempo no me cura, solo me acostumbra.
Los recuerdos pesan como el olvido.
Amar duele, como la soledad.
Fuiste mi historia favorita, perro sin final
feliz.
AMOR IDÍLICO
Quien diría, que con tan solo admirar
su belleza desde un inicio, ella terminaría con un corazón roto, y miles de
ilusiones destrozadas.
Pero aun así, a pesar de estar
lastimada, herida, tan rota por dentro, aun así sigue amando y admirando a su
estrella favorita en medio de las constelaciones.
¿Como podría dejar de amarlo? ¿Cómo
simplemente olvidarlo y ya? ¿Como se supone que olvidaría a ese amor, que sin
siquiera pensar, termino dañando a un pobre corazón?
Todo esto…es un amor idílico.
Un amor imposible.Un amor que, sin
siquiera ser nada, el sentimiento es tan hermoso...
Un sentimiento hermosamente doloroso.
un sentimiento que solo te causa más y
más dolor.
¿Como dejar algo que te gusta? ¿Qué te
es adictivo y no lo puedes soltar?
Eso era el, una adicción lastimera.
Era un sentimiento perfecto que encajaba en lo imperfecto.
Esa palabra amor la sentía ella al
verlo sonreír. Ella sentía amor cuando veía esa hermosa galaxia en los ojos de
aquel chico.
Él era su amor.
NAYELI VÁSQUEZ BALANTA
HUELLA
DE MI DOLOR
Mi nombre es Nayeli Vásquez y esta es mi historia de cómo mi vida cambio para siempre.
Nunca imaginé que un día podría escribir algo así, pero ese
día llegó. Recuerdo que amanecí como cualquier otro día; yo era feliz a pesar
de no tener un padre presente, porque mi mamá y yo caminábamos juntas, sin
importar las dificultades.
Pero todo cambió cuando él decidió irse de casa. No
respetaba a mi mamá y desde ese momento nuestra vida se llenó de vacíos. Nos
fuimos a vivir con mis abuelos, quienes me dieron todo lo necesario hasta mis 7
años. Luego, mi madre y yo tuvimos que mudarnos otra vez. A pesar de que mis
abuelos me lo daban todo, yo sentía que me faltaba algo: el amor de un padre.
Un amor que nunca conocí porque él nunca estuvo conmigo.
Mi niñez se llenó de ausencias y dolor, pero también de sueños de que algún día él estaría ahí para mí. Sin embargo, el tiempo pasó y ahora, con 15 años, he entendido que él nunca estuvo a mi lado, aunque desde el principio hubiera deseado tenerlo. Hoy reconozco que ese vacío me ha marcado, pero también sé que algún día llegará alguien que llene ese espacio: un padre que me ame y me cuide. Soy feliz, pero en lo profundo de mi corazón sigue existiendo la herida de su ausencia. Aunque mi padre no haya sido un verdadero padre, lo seguiré queriendo a mi manera. Ojalá que, cuando él se dé cuenta de lo que hizo, no sea demasiado tarde para pedirme perdón. Pasaron 9 años y mi madre decidió, rehacer su vida amorosa. conoció a Andrés un hombre que la quiere, pero sobre todo la respeta. Llevan 3 años de casados, y desde que él llego a nuestras vidas, ese vacío ese ha ido cerrando poco a poco.
Aunque él me de ese amor de padre,
que nunca tuve, yo voy a seguir queriendo a mi padre biológico, aún cuando no
haya estado presente en mi niñez ni haya caminado a mi lado. Porque a veces, aunque
el amor llegué tarde, las huellas del dolor quedan recodándonos de dónde vinimos,
pero también nos muestran que siempre hay esperanza de sanar.
Si tu padre también ha cometido
errores, no le guardes rencor, quizás en su momento no supo amar, o buscó ese
amor en otra persona. Tal vez veía a tu madre de otra manera o simplemente
nunca anhelo ser padre, pero nunca es tarde para aprender a perdonar y amar
ellos siempre van a necesitar ese amor que les ofrece un hijo.
EL CHICO MALO
MI nombre es
Nayeli Vásquez —el chico de mirada oscura.
Todos en el
colegio hablaban de él chico de la chaqueta de cuero, con mirada desafiada y
una sonrisa arrogante su nombre era Marlon, pero todos los conocían como el
chico malo él no tenía amigos y nadie sabía cómo era la vida de él.
Solo rumores de
que él lo habían cambiado del colegio porque lo habían expulsado por tener
problemas con la policía, que su padre lo había abandonado a él con solo seis
años, así caminaba como si nada pudiera tocarlo yo era lo opuesto silenciosa,
complicada con miedo hasta de levantar la mano en clase porque pensaba que él o
mis compañeros se burlen de mí o hagan burlas insignificantes.
Nunca pensé que
alguien como él chico malo de chaqueta de cuero se fijara en mí que notar a mí existencia,
pero todos esos cambiaron un día en la biblioteca se sentó frente a mí sin
pedir permiso.
Qué libro estás
leyendo —-dijo él
Sin mirarme me
sorprendí tanto que tardé en responder. Poesía—- balbuceando le respondía.
Señaló el libro
que tenía en mis manos su voz no concedía con su apariencia era suave casi
cansado. A veces los que más aparentamos ser duros—- dijo sin más son los que
más sienten.
Desde ese día
comencé una amistad con Marlon le pregunté todo lo que él hacía en tiempos
libres y cómo era su vida, una de las cosas que me dijo fue que trabajaba pero
que también tenía que cuidar a sus hermanos pequeños que la rabia que él
mostraba no era contra los demás sino contra todo lo que había que tenido que
enfrentar a causa de que su padre lo había abandonado a él y a su madre.
Con el tiempo
dejó de ser el chico malo al menos para mí porque detrás de cada gesto rebelde,
había una historia para contar.
No simplemente
los que nos escondemos detrás de la fachada oscura estamos perdido a veces sólo
esperamos que alguien nos ayude a salir de ese cascarón que nos tiene
encerrado.




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ResponderBorrarPues me gusto la historia por que no importa los comentario de los demás y seguir con ese amor q tienen y que es muy fuerte
ResponderBorrarMuchas felicitaciones por tu texto. ¡Continua escribiendo! En este blog siempre serás bienvenida.
ResponderBorrarHola Adriana ... ante todo te felicito por tu empeño de escribir ... aquí te dejo un aporte sobre el primer cuento vale!
ResponderBorrarLa Cárcel del amor sugerencias para enriquecer tu relato:
1. Profundiza en los personajes:
• Aurora:
o ¿Qué la motiva a escribir cartas? ¿Qué emociones experimenta en su encierro?
o Podrías explorar su fortaleza interior, sus miedos y esperanzas.
o ¿Cómo evoluciona su personaje a lo largo de la historia?
• Lucas:
o ¿Cómo es su vida lejos de Aurora? ¿Qué desafíos enfrenta?
o ¿Cómo mantiene viva la esperanza de reunirse con ella?
o ¿Cómo es el lugar lejano al que fue llevado? ¿Qué tipo de pruebas debe afrontar?
• Las familias:
o ¿Cuál es el origen de su enemistad? ¿Qué eventos la alimentaron?
o ¿Hay algún miembro de la familia que tenga dudas sobre el odio?
o ¿Cómo se da el cambio en los familiares? ¿Qué los lleva a dejar atrás el rencor?
2. Intensifica el conflicto:
• El encierro de Aurora y la separación de Lucas son un buen comienzo, pero puedes agregar más obstáculos:
o ¿Intentan las familias impedir que se comuniquen?
o ¿Hay alguien más que se oponga a su amor?
o ¿Qué tipo de pruebas deben afrontar para demostrar que su amor es verdadero?
• Podrías añadir un personaje antagónico que intente impedir la unión de los protagonistas.
3. Enriquece el lenguaje:
• Usa metáforas y símiles para describir las emociones de los personajes y el ambiente.
o En lugar de decir "estaban enamorados", podrías decir "sus corazones latían al unísono, como dos aves en vuelo".
• Varía la estructura de las oraciones para crear ritmo y fluidez.
• Puedes usar un lenguaje más descriptivo para los escenarios, para que el lector pueda imaginar mejor el pueblo, el faro y la habitación de Aurora.
4. Fortalece el simbolismo:
• La "cárcel del amor" es una metáfora poderosa. Puedes desarrollarla aún más:
o ¿Qué otros elementos de la historia pueden representar la prisión?
o ¿Cómo se transforma la idea de la cárcel a lo largo del cuento?
• El faro, como lugar de encuentro, también puede tener un significado simbólico.
5. Considera el final:
• El final es esperanzador, pero puedes hacerlo más impactante:
o ¿Cómo reaccionan las familias al verlos juntos de nuevo?
o ¿Qué acciones concretas realizan Aurora y Lucas para construir su nuevo camino?
o ¿Cuál es el mensaje final que quieres transmitir a los lectores?
• Podrías añadir un epílogo que muestre el futuro de los protagonistas.
Ejemplo de cómo aplicar una de las sugerencias:
En lugar de: "Aurora, atrapada en la cárcel del amor, que era su hogar, no se rindió".
Podrías escribir: "Aurora, prisionera en la cárcel de su propia casa, donde las paredes susurraban ecos de rencor, se aferraba a la esperanza como una náufraga a un trozo de madera. Cada noche, las estrellas eran sus confidentes, y las cartas, sus gritos silenciosos de amor".
Atte. Profe Antonio Torres.
Aurora es motivada a escribir cartas porque en esa época era muy común, aparte era la única forma de poder comunicarse con Lucas.
BorrarLas emociones que experimenta en su encierro es la tristeza, ya que al separarse de Lucas le da depresión.
La vida de Lucas lejos de Aurora le afecto mucho, aunque se enfoco en aprender nuevas cosas. Mantiene viva la esperanza de volver a reunirse con su amada porque el necesita de ella, siempre han estado juntos y ahora que ya cumplirían su mayoria de edad no tenia porque cambiar. El lugar a donde el fue llevado era el hogar de su abuela Leticia. Estaba en otra cuidad, muy lejos de donde el vivia con sus padres.
La familia de Aurora y Lucas se volvieron enemigos debido a un conflicto que tuvieron los padres de los padres de Aurora y Lucas.
Ellos dejaron atras el rencor porque se dieron cuenta que sus hijos realmente estaban enamorados, y no querian daña su felicidad.
excelente mija muy buenas historias
ResponderBorrarfelicidades, todas las historia que le he leido estan muy buenas, no he leidos todas pero la historia de liliana en especial a mi, me gusto mucho, habla de reconstruirse a uno mismo despues de una desgracia o una tragedia, lo cual me parece una historia que ayuda mucho a algunos jovenes, incluso adultos que han pasados por cosas similiares. me encanta cuanto te inspiras y esa historia me parecio genial.
ResponderBorrarpues a mi me gusto el cuento de liliana por que nos enseña a salir de cosas q nos a pasado pero preferimos callar y es mejor hablar y salir de esas
ResponderBorrarme gusto mucho en la forma como te expresaste y tambien la intruduccon sigue asi
ResponderBorrarme encanto tu cuento y la forma que es muy maravilloso lo lei y me encanto te felicito
ResponderBorrarAtt:Yulian Huila Camayo
Me gusto mucho tu historia espero que te sigas inspirando para seguir escribiendo
ResponderBorraratt: Darwin
10-1
Se te da muy bien ya que sabes, y te expresas muy bien en el tema de la escritura. sigue asi que vas muy bien.
ResponderBorraratt: angela :)
10-1
Te inspiraste bastante muy buena historia, TE FELICITO
ResponderBorrarAtt: Santiago
10-1
me gusto mucho la historia porque si uno quiere lo puede y mas en el amor sigue poniendo mas historias
ResponderBorraratt: Isabella Villalba
10-1
la historia ´´la carcel del amor´´ me gusto mucho aunque me hubiera gustado que hubiera sido un poquito mas largo, pero igual la q escribe es usted, yo no. la verdad no tengo nada mas que decirte sino felicitarte por tu trabajo, me gusto mucho.
ResponderBorraratte: Nikol Dayana Rodriguez Fajardo 10-1
el cuento me gusto y te felicito y espero que sigas haciendo mas cuentos y historias
ResponderBorraratt: elisa paola toconas corpus
10-1
me gusto mucho en como te expresastes Y en como te inspirastes me gusto mucho la lectura sigue asi que vas bien, LA FELICITO
ResponderBorrarAtt: Juan
10-1
la verdad me parece muy chevere la historia por que a pesar de que me e leido 2 me parecen muy cheveres ojala te sigas inspirando cada dia mas para tener un poco mas sobre aquellas historias tan bellas
ResponderBorraratt: yeimmy alexandra toconas
10-1
Muy bueno, ojala sigas escribiendo con muchas pasion mucha suerte.
ResponderBorrarme gusto la historia entretenida la verdad y felicidades sigue haci y ojala escribas mas cosas.
ResponderBorraratt:sebastian
10-1
un libro es un sueño quetienes en tus sueños
ResponderBorrarespero que te aigas inspirando asi como sienpre lo sueles hacer
leer es soñar com los ojos abiertos y que sigas con tus sueños apesar de las cosas sigue imsperandote asii
atentamente laura isabel rodallega grado 10 -1
me gusto tu historia cada palabra que escribes tiene el poder de trasformar mundos sigue soñando .atentamente NAYELI VASQUEZ 10-1
ResponderBorrarme gusto las historias, y la formas en como te expresaste todas las historias que he leído son muy buenas sigue así q vas bien
ResponderBorrarAtt. angel calero 10-1
Me gusto mucho tu cuento lizcarlis sigue haci expresandote de esa manera te felicito y q sigas haciendo cuentos maravillosos
ResponderBorraratt: kleiberson paredes 10-2
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ResponderBorrarme gusta tu historia "la cárcel del amor". es buena pero me fuera gustado que fuera con mas cosas intriga. Y me parece que pudiste dar mas eres muy buena y no te desanimes.
ResponderBorrarATT: ANA GONZALES 10-2
muy bueno me gusta tu actitud grado 10-2
ResponderBorrarME GUSTO LA HISTORIA DE AURORA Y LUCAS. LA FORMA EN LA QUE DESCRIBISTE SU AMOR EN SECRETO ES MUY CONMOVEDORA .
ResponderBorrarATT: TATIANA VALOY 10-2
Muy interesante la historia de la cárcel del amor, ver como los personajes entendieron al final que su amor era muy fuerte y que a pesar de los obstáculos pudieron ser felices.
ResponderBorrarAtt: Sara Huila 10-2
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ResponderBorrarMe Parecieron Muy Interesantes Las Historias Que Creaste, La Más Interesante Para Mí Fué "Reflejos De Locura" Me Gustó Mucho Su Temática Un Poco Espeluznante, !!Sigue Creando Muchísimos Más Para Seguirlos Leyendo¡¡
ResponderBorrarAtt: Brijith Imbachi 10-2.
lizcarlis: me gusta tu forma de expiración y la manera que las expresas en cada una de tus historias , esperó que sigas haciendo mas historias de la forma que las estas haciendo
ResponderBorraratt:yefferson guetio 10-2